viernes, 17 de junio de 2016
Revelaciones
“Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4).
Una promesa de Dios en Su Palabra es como tener un cheque firmado por Él mismo. En 1990 le estaba pidiendo dirección al Señor sobre la manera cómo debía llevar a cabo el ministerio.
El Señor corrió el velo y me dio una de las mayores revelaciones, que no sólo sacudió nuestras vidas y las de nuestros discípulos, sino que dio dirección al ministerio. Dios me hizo una pregunta:“¿Cuántas personas discípulo Jesús?” En mi mente empecé a recorrer los momentos en que Jesús era asediado por las multitudes.
Entendí que un día estaba con un grupo y al siguiente con un grupo diferente, mas con Su equipo de doce mantuvo contacto permanente; su voz habló a mi corazón diciendo: “Si tú discípulas doce personas y ellas hacen lo mismo, cada uno con otras doce y luego cada una de ellas hace lo mismo con otras doce, el crecimiento será exponencial"
Crecimiento de la iglesia exponencial
Aquel día un velo cayó de mis ojos y pude ver el gran crecimiento que el Señor quería darme. Así nació lo que hoy se conoce como G12. G, de Gobierno, ya que el número 12 significa Gobierno.
Una promesa de Dios en Su Palabra es como tener un cheque firmado por Él mismo. En 1990 le estaba pidiendo dirección al Señor sobre la manera cómo debía llevar a cabo el ministerio.
El Señor corrió el velo y me dio una de las mayores revelaciones, que no sólo sacudió nuestras vidas y las de nuestros discípulos, sino que dio dirección al ministerio. Dios me hizo una pregunta:“¿Cuántas personas discípulo Jesús?” En mi mente empecé a recorrer los momentos en que Jesús era asediado por las multitudes.
Entendí que un día estaba con un grupo y al siguiente con un grupo diferente, mas con Su equipo de doce mantuvo contacto permanente; su voz habló a mi corazón diciendo: “Si tú discípulas doce personas y ellas hacen lo mismo, cada uno con otras doce y luego cada una de ellas hace lo mismo con otras doce, el crecimiento será exponencial"
Crecimiento de la iglesia exponencial
Aquel día un velo cayó de mis ojos y pude ver el gran crecimiento que el Señor quería darme. Así nació lo que hoy se conoce como G12. G, de Gobierno, ya que el número 12 significa Gobierno.
Aunque Jesús pudo haber vertido su vida en las multitudes no lo hizo, sino que prefirió trabajar hábilmente en la formación del carácter de doce personas completamente diferentes las unas de las otras.
Al igual que el alfarero con el barro, por tres años y medio le dio forma al carácter de cada uno de ellos, pudiendo expresar como lo hizo Job: “tus manos me hicieron y me formaron”.
Antes de ascender al cielo, el Señor reunió a Sus discípulos y observó que faltaba algo para culminar la obra en ellos: el soplo divino para que pudieran hacer el trabajo evangelístico en las diferentes naciones de la tierra, y por eso les dijo: “….Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo:Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:21·22).
¿Cómo pudo lograr el Señor Jesús que doce personas sin cultura, sin educación, sin riquezas ni posición social, llegaran a convertirse en los pilares del cristianismo? La respuesta es sencilla: estas personas estuvieron dispuestas a dejarse moldear por Él.
Lo que me sucedió en 1991, cuando el Señor corrió el velo de mi mente permitiéndome entender en profundidad el significado de los doce, empecé a preguntarme: “¿Por qué el Señor capacitó a doce y no a once o trece? ¿No era mejor capacitar un grupo grande al mismo tiempo? Contando con un número mayor de personas, el trabajo se haría mucho más rápido, ¿por qué solo invirtió sus fuerzas en doce?, ¿cuál es el secreto que hay en los doce?”
Dios usó estos interrogantes para traer claridad a mi vida sobre el modelo de los doce. Pude oír en lo profundo de mi corazón la voz del Espíritu Santo que decía: “Si entrenas doce personas y logras reproducir en ellas el carácter de Cristo que ya hay en ti, si cada una de ellas hace lo mismo con otras doce y si éstas a su vez, hacen lo mismo con otras doce transmitiendo el mismo sentir entre unos y otros, tú y tu iglesia experimentarán un crecimiento sin precedentes”.
Pude ver en mi mente toda la proyección del desarrollo ministerial que llegaríamos a tener en poco tiempo. LuegoDios me mostró en visión la multiplicación que quería darnos y cómo en un año creceríamos a un ritmo excepcional; ante aquella visión lo único que atiné a decir fue: “¡Dios mío, esto es extraordinario!” No me hubiera imaginado nunca el crecimiento obtenido, y lo que aún falta, sin la existencia de este modelo.
jueves, 16 de junio de 2016
Evangelio de paz
CUANDO EL REINO de Dios se establezca en la tierra, el tabernáculo de David será reconstruido, las naciones vendrán a este y se presentarán ante el rey. El justo florecerá y la tierra será llena del conocimiento del Señor.
Dios planea llevar a cabo todo eso a través del Rey Mesías, su Hijo, Jesucristo.
En los tiempos bíblicos, los profetas vieron la venida del reino como un momento de gran alegría y regocijo. Ellos profetizaron que los rescatados por el Señor serían coronados de gozo eterno y que se llenarían de regocijo y alegría (Isaías 35:10; 51:11).
Sión sería la alegría de muchas generaciones (Isaías 60:15). Aquellos que creyeran en el evangelio recibirían óleo de alegría (Isaías 61:1-3) y gozo eterno (v. 7).
El Señor causaría regocijo para llenar a Jerusalén y a su pueblo de alegría (Isaías 65:19). Esto indica un nuevo pacto para Jerusalén y la Iglesia (Hebreos 12:22). Las naciones se alegrarán y cantarán de alegría debido al gobierno del Mesías (Salmos 67:4).
El monte de Sión (la Iglesia) se regocijará (Salmos 48:11). Israel nunca ha experimentado paz terrenal por un prolongado lapso de tiempo. La paz que desea sólo vendrá a través del Mesías y será espiritual.
La paz que Israel necesita estaba oculta a sus ojos, por lo que se profetizó que iban a experimentar una invasión romana (Lucas 19:41-44). Estaban buscando una paz terrenal y perdieron la paz espiritual que viene por medio de Cristo. Paz es la palabra hebrea shalom, que significa "prosperidad, salud e integridad".
Jesús es el Príncipe de paz (Isaías 9:6). Lo dilatado de su imperio y su paz no tendrá fin (v. 7). El evangelio es llamado el evangelio de la paz (Romanos 10:15). El cumplimiento del Reino de Dios comenzó en las naciones debido a la predicación del evangelio.
Actualmente la predicación del evangelio está en marcha y, como creyentes, podemos ayudar en el plan del Reino de Dios a través de nuestras oraciones. Los que predican el evangelio anuncian la paz, que es parte del plan de Dios para su reino (Isaías 52:7; Nahum 1:15).
Dios planea llevar a cabo todo eso a través del Rey Mesías, su Hijo, Jesucristo.
En los tiempos bíblicos, los profetas vieron la venida del reino como un momento de gran alegría y regocijo. Ellos profetizaron que los rescatados por el Señor serían coronados de gozo eterno y que se llenarían de regocijo y alegría (Isaías 35:10; 51:11).
Sión sería la alegría de muchas generaciones (Isaías 60:15). Aquellos que creyeran en el evangelio recibirían óleo de alegría (Isaías 61:1-3) y gozo eterno (v. 7).
El Señor causaría regocijo para llenar a Jerusalén y a su pueblo de alegría (Isaías 65:19). Esto indica un nuevo pacto para Jerusalén y la Iglesia (Hebreos 12:22). Las naciones se alegrarán y cantarán de alegría debido al gobierno del Mesías (Salmos 67:4).
El monte de Sión (la Iglesia) se regocijará (Salmos 48:11). Israel nunca ha experimentado paz terrenal por un prolongado lapso de tiempo. La paz que desea sólo vendrá a través del Mesías y será espiritual.
La paz que Israel necesita estaba oculta a sus ojos, por lo que se profetizó que iban a experimentar una invasión romana (Lucas 19:41-44). Estaban buscando una paz terrenal y perdieron la paz espiritual que viene por medio de Cristo. Paz es la palabra hebrea shalom, que significa "prosperidad, salud e integridad".
Jesús es el Príncipe de paz (Isaías 9:6). Lo dilatado de su imperio y su paz no tendrá fin (v. 7). El evangelio es llamado el evangelio de la paz (Romanos 10:15). El cumplimiento del Reino de Dios comenzó en las naciones debido a la predicación del evangelio.
Actualmente la predicación del evangelio está en marcha y, como creyentes, podemos ayudar en el plan del Reino de Dios a través de nuestras oraciones. Los que predican el evangelio anuncian la paz, que es parte del plan de Dios para su reino (Isaías 52:7; Nahum 1:15).
El nuevo pacto es de paz (Isaías 54:10; Ezequiel 34: 25; 37:26), por lo que las oraciones de los creyentes cumplen el plan divino y extienden la paz de Dios.
Los profetas hablaron de la venida del reino en términos de paz. El rey traería la paz al pueblo (Salmos 72:3), y los justos tienen abundancia de paz (v. 7). El Señor ordena la paz para su pueblo (Isaías 26:12). El efecto de la justicia sería paz (Isaías 32:17).
El reino de la paz vendría a través del sufrimiento del Mesías. El castigo de nuestra paz fue sobre Él (Isaías 53:5). Esto nos permite ir a otros con la paz (Isaías 55:12). Dios extenderá su paz como un río (Isaías 66:12). Él hablaba de paz a los paganos (Zacarías 9:10).
Es el plan de Dios que la justicia impere en su reino. El Antiguo Testamento está lleno de referencias a la justicia del reino. En el Nuevo Testamento, nos enteramos de que somos hechos justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21). Él es nuestra justicia (1 Corintios 1:30).
Israel no puede alcanzar la justicia a través de la ley. La justicia viene por la fe y el nuevo pacto. Hoy, como creyentes en Cristo y su justicia, estamos viviendo en el reino.
El cristiano -el nuevo hombre- es creado en justicia y verdadera santidad (Efesios 4:24). Sin embargo, todavía no hemos experimentado un mundo lleno de paz y justicia. Nuestro mundo está lleno de maldad e impiedad, y como pueblo de Dios es muy importante que acrecentemos nuestras oraciones para que el plan de Dios sea plenamente experimentado
en la tierra.
miércoles, 15 de junio de 2016
El que vive en mí
Semana tras semana vienen a mí personas turbadas, con deseos frustrados y preguntas justificadas: “¿Qué está mal en mí? ¿Por qué me siento tan distante de Dios? ¿Qué debo hacer para estar más cerca de Él?”.
Después de haber hecho todo lo que saben o que se consideran capaces de hacer, esas personas están cansadas, desanimadas y desamparadas en su relación con Dios. A pesar de que han hecho todo lo posible por seguir a Cristo, lo han perdido de vista o suponen que no puede ser encontrado.
Un ejecutivo con muchísimas obligaciones y agotado, pregunta: “¿Cómo puedo escapar de esta sensación permanente de entumecimiento espiritual?”. Un estudiante triste dice: “¿Qué puedo hacer para saber que Dios está conmigo?”. Una mujer que trata de rehabilitarse de la adicción al alcohol y que lee la Biblia todos los días, se pregunta: “¿Por qué la lectura de las Sagradas Escrituras no me ayuda a mantenerme fuerte cuando estoy desesperada por un trago?”.
Por sentirse hecho pedazos por las exigencias de su vida demasiada ocupada, un pastor espiritualmente desmoralizado implora sentirse más cerca de Dios. Una madre soltera, afligida por la trágica muerte de su hijo pregunta: “¿Me ha abandonado Dios por algo que hice o dejé de hacer?”.
La cruda sinceridad de sus preguntas revela algo que el ejecutivo, el estudiante, la adicta, el pastor y la madre tienen en común. En medio de sus preocupadas y afligidas vidas, anhelan desesperadamente experimentar la realidad de que pertenecen a Dios. Este deseo carcome sus almas mientras continúan buscando lo que tienen que hacer para que eso suceda.
Entiendo la desesperación de esas personas. Después de casi cincuenta años tratando de seguir a Cristo, siento que me falta mucho para ser la persona que pensaba que sería a estas alturas de mi vida. Cuando era más joven, daba por sentado que mis fallas e incoherencias se debían a mi juventud. Creía que cuando tuviera más edad, habría aprendido lo que necesitaba saber, que dominaría el arte de la vida cristiana.
Ahora tengo más edad, mucha más edad, y ese secreto sigue siendo un secreto para mí.
Sin embargo, no me siento avergonzado ni tampoco temeroso de reconocer que no he sido terminado, que estoy incompleto y que soy imperfecto —que soy una obra en construcción. Tampoco a Dios le sorprende o le decepciona mi falta de desarrollo. El trabajo de Dios en mi vida nunca estará terminado hasta que me encuentre con Jesús cara a cara. Desear seguir a Cristo no tiene que ver con estar ya terminado y ser perfecto; tiene que ver con dar lo mejor de mí mismo, y confiar en que Dios terminará lo que comenzó.
Además, considero que mi anhelo de agradar a Dios (no importa qué tan grande o tan pequeño sea ese anhelo) efectivamente le complace. A pesar de mis tambaleantes, torpes, incoherentes y erráticos esfuerzos por seguir al Salvador, cualquier cantidad de deseo es una prueba irrefutable de que Dios está obrando en mi vida. Yo nunca tendría el anhelo de seguir a Jesús si primero el Espíritu Santo no persiste en que lo haga.
El Señor Jesús responde a nuestro deseo; Él nunca trata de restringir o ignorar su expresión. Él atendía a las personas que lo interrumpían, que le gritaban, que lo tocaban, que proferían obscenidades contra Él, que lo molestaban, y que hacían huecos en los techos para llevar a un amigo ante Él. Jesús se interesa profundamente por nuestros deseos. Basta con mirar la bondad y la preocupación que Él demuestra, una y otra vez, en los evangelios, al recibir gustosamente a las personas que querían algo más. Esto no quiere decir que el Señor es una especie de máquina expendedora cósmica. Sin embargo, sí responde a las personas desesperadas, permitiendo que sus deseos lo involucren en el sentimiento de necesidad que ellas tienen. Las súplicas al Señor de cualquier clase lo involucran a Él a un nivel espiritual. No importa que sean ansiedades y anhelos equivocados, egoístas y destructivos, Jesús los ve como puertas abiertas para una conexión personal.
¿Quién es un discípulo?
Un discípulo es alguien que entiende y hace cosas determinadas. Pero de manera mucho más fundamental y profunda, un discípulo es alguien que ama a Alguien específico —a ese Alguien que quiere tener más que una relación cercana con nosotros. El apasionado, irrefrenable y consumidor amor de Dios nos arrastra deliberadamente a una fusión simbiótica, a una unidad tan sustancial con Él, que después que despertamos a ellas nos damos cuenta de que “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” (Gá 2.20).
Seguir a Jesús es la oportunidad más grandiosa y el mayor desafío dado a la humanidad. A pesar de la dificultad innegable o de la complejidad que eso entraña, el deseo de nuestro corazón de vivir de verdad —la vida que Dios ha previsto— nunca estará satisfecho hasta que el deseo prevalezca sobre todas las preguntas, las inseguridades y las grandes preocupaciones que acompañan a la decisión de ser un discípulo del Señor.
Quizás esta arriesgada revelación personal ayudará a aclarar lo que quiero decir: Cuando mi esposa y yo nos casamos, yo tenía sinceramente un montón de pregunta sin respuesta: ¿Podemos costear el estar casados? ¿Somos lo suficientemente maduros? ¿Vamos a lamentar la decisión? Pero mi deseo de experimentar toda una vida junto a ella venció todas mis preocupaciones. Seguir a Jesús para tener toda una vida junto a Él es así, pero a una escala mucho más grande y eterna. Nuestro destino, nuestra seguridad, nuestra supervivencia o nuestra condición futura, no son lo principal. El enfoque, la meta y la recompensa se encuentran no solamente en seguir, sino en seguir a Jesús. Por tanto, la esencia de lo que significa ser un discípulo, es el punto de partida —simplemente vivir en la realidad de nuestra unidad con Dios.
Después de tres años de hacer vida común con Jesús, sus discípulos debieron haber encontrado que su partida significaba para ellos un ajuste inmenso; eso los obligaba a aprender nuevas maneras de buscar la compañía de Él, y de permitirle vivir en todas las dimensiones de sus vidas. Ellos deseaban la transformación continua de su esencia espiritual —el lugar de los pensamientos, los sentimientos, la voluntad y el carácter. Para los cristianos ha habido, desde entonces, un enlace vital entre el deseo de vivir de verdad, manteniendo la compañía de Jesús quien vive en ellos, y su fidelidad a las disciplinas espirituales.
¿Qué es una disciplina espiritual?
El día en que usted y yo aceptamos la invitación de Jesús de seguirle, nuestro corazón se convirtió en su hogar. En ese momento, de maneras que están más allá de nuestra capacidad de entenderlo, nos convertimos en personas nuevas interiormente. Desde entonces no volvimos a ser los mismos. Gracias a que esto es cierto, ser un discípulo tiene que ver menos con “intentarlo”, y más con “ejercerlo” al afincarnos en la realidad de que Dios vive en nosotros. Por consiguiente, practicar disciplinas espirituales, no consiste en esforzarnos por lograr algo que no tenemos, sino más bien en disfrutar de lo que ya nos ha sido dado.
Si esto es cierto, entonces nuestra motivación, nuestro enfoque, y la práctica de las disciplinas espirituales cambian dramáticamente. En vez de luchar por acercarnos más a Dios, o por ganarnos su aprobación y su amistad, somos libres para disfrutar todo eso. Esto nos ayuda a entender que nuestras prácticas espirituales —nuestros hábitos y nuestras rutinas relacionadas con la oración, el estudio de la Biblia, el servicio y el sentimiento de comunidad que incorporamos a nuestra vida— son como puntos en un mapa que conducen a un tesoro de valor incalculable. Pero es esencial comprender que estas cosas no son el tesoro propiamente dicho.
Debemos consagrarnos a nuestras disciplinas espirituales. Sin embargo, nos equivocamos y ponemos en peligro nuestras almas si pensamos que las disciplinas espirituales son un fin en sí mismas. Las prácticas espirituales tienen el propósito de crear un espacio en nuestra vida para poder abrirnos a Dios. Nunca son lo más importante del discipulado. Básicamente, seguir a Cristo consiste en cultivar una amorosa relación de confianza y obediencia con el Dios que está al mismo tiempo dentro de nosotros y más allá de nuestros mejores esfuerzos.
A pesar de lo importante que son las disciplinas espirituales, ellas jamás deben llegar a ser un sustituto de nuestra obediencia a Jesús y de nuestra vida de unidad con Dios. Sin embargo, somos susceptibles a cometer este error, porque la búsqueda de una manera de tener el control de nuestro propio bienestar —que es algo que nos absorbe— es la energía natural del alma de toda persona. Y cada vez que cedemos a ese deseo, nuestras prácticas espirituales pierden algo de su poder.
Por eso, la práctica de diversas disciplinas espirituales es como “trabajar en nuestro bronceado”. Hay “trabajo” que tenemos que hacer, pero ese “trabajo” tiene que ver principalmente con posicionarnos de manera que Dios pueda hacer lo que Él hace normalmente —transformarnos a la imagen de su Hijo. Es por esto que algunos hablan de las disciplinas como “el camino de la gracia disciplinada”. La oración, la lectura de la Biblia, el tiempo a solas, el silencio, son bendiciones que nos han sido dadas generosamente. Pero son disciplinas pues hay algo que nosotros tenemos que hacer. Y ese algo tiene que ver más con el posicionamiento que con el esfuerzo; más con la conformidad al estilo de vida de Jesús que con nuestros jadeos y resoplidos por llegar a ser más como Él.
La vida diseñada por Dios de manera singular para cada uno de nosotros, y que anhela nuestro corazón, no puede ser alcanzada por nuestros propios esfuerzos, no importa qué tan disciplinados podamos ser. En vez de eso, se logra por medio de unas pocas preposiciones gramaticales: “con”, “en” y “por” –lo que Eugene Peterson llama “participación preposicional”. Estas preposiciones nos unen a Dios y a su acción. Son esencialmente las maneras y los medios de estar y participar en lo que Dios está haciendo.
Es esencial para nuestra experiencia y fundamental para nuestra comprensión, que confiemos en Dios y nos mantengamos con la seguridad de que no estamos solos ni lo estaremos jamás. Podemos confiar en que Dios está siempre con nosotros: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1.23). Además, Jesús mora en nosotros: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20). Por último, podemos confiar en que Dios es por nosotros: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro 8.31).Con, en y por. Estas son las palabras fidedignas conectadoras, capacitadoras y creadoras de unidad, que nos ponen en el camino que Dios ha dispuesto que sigamos.
Aunque pasé años admirando y quitándome el sombrero frente a la idea de que Dios “obra en vosotros” (Fil 2.13 LBLA), mi vida se había consumido totalmente por mis intentos de vencer mis debilidades, de deshacerme de mis complejos, y acercarme a Dios por mi pura determinación. Estaba inconsciente de la realidad de que mis desesperados jadeos y resoplidos por agradar a Dios, luchando para ganar su favor, y agitándome tratando de corregirme a mí mismo eran, de hecho, un enorme insulto a Él.
Uno de los descubrimientos más grandes de mi vida es la misteriosa y liberadora realidad de mi unidad con Dios, quien me ama incondicionalmente tal como soy. Estoy muy lejos de ser perfecto, pero me siento deslumbrado por la disminución de mis inquietos esfuerzos por ganar la aprobación de Dios y crecer en intimidad con Él. Por eso, mi vida está siendo renovada por completo, de una manera radical, por Aquel que vive en mí.
Después de haber hecho todo lo que saben o que se consideran capaces de hacer, esas personas están cansadas, desanimadas y desamparadas en su relación con Dios. A pesar de que han hecho todo lo posible por seguir a Cristo, lo han perdido de vista o suponen que no puede ser encontrado.
Un ejecutivo con muchísimas obligaciones y agotado, pregunta: “¿Cómo puedo escapar de esta sensación permanente de entumecimiento espiritual?”. Un estudiante triste dice: “¿Qué puedo hacer para saber que Dios está conmigo?”. Una mujer que trata de rehabilitarse de la adicción al alcohol y que lee la Biblia todos los días, se pregunta: “¿Por qué la lectura de las Sagradas Escrituras no me ayuda a mantenerme fuerte cuando estoy desesperada por un trago?”.
Por sentirse hecho pedazos por las exigencias de su vida demasiada ocupada, un pastor espiritualmente desmoralizado implora sentirse más cerca de Dios. Una madre soltera, afligida por la trágica muerte de su hijo pregunta: “¿Me ha abandonado Dios por algo que hice o dejé de hacer?”.
La cruda sinceridad de sus preguntas revela algo que el ejecutivo, el estudiante, la adicta, el pastor y la madre tienen en común. En medio de sus preocupadas y afligidas vidas, anhelan desesperadamente experimentar la realidad de que pertenecen a Dios. Este deseo carcome sus almas mientras continúan buscando lo que tienen que hacer para que eso suceda.
Entiendo la desesperación de esas personas. Después de casi cincuenta años tratando de seguir a Cristo, siento que me falta mucho para ser la persona que pensaba que sería a estas alturas de mi vida. Cuando era más joven, daba por sentado que mis fallas e incoherencias se debían a mi juventud. Creía que cuando tuviera más edad, habría aprendido lo que necesitaba saber, que dominaría el arte de la vida cristiana.
Ahora tengo más edad, mucha más edad, y ese secreto sigue siendo un secreto para mí.
Sin embargo, no me siento avergonzado ni tampoco temeroso de reconocer que no he sido terminado, que estoy incompleto y que soy imperfecto —que soy una obra en construcción. Tampoco a Dios le sorprende o le decepciona mi falta de desarrollo. El trabajo de Dios en mi vida nunca estará terminado hasta que me encuentre con Jesús cara a cara. Desear seguir a Cristo no tiene que ver con estar ya terminado y ser perfecto; tiene que ver con dar lo mejor de mí mismo, y confiar en que Dios terminará lo que comenzó.
Además, considero que mi anhelo de agradar a Dios (no importa qué tan grande o tan pequeño sea ese anhelo) efectivamente le complace. A pesar de mis tambaleantes, torpes, incoherentes y erráticos esfuerzos por seguir al Salvador, cualquier cantidad de deseo es una prueba irrefutable de que Dios está obrando en mi vida. Yo nunca tendría el anhelo de seguir a Jesús si primero el Espíritu Santo no persiste en que lo haga.
El Señor Jesús responde a nuestro deseo; Él nunca trata de restringir o ignorar su expresión. Él atendía a las personas que lo interrumpían, que le gritaban, que lo tocaban, que proferían obscenidades contra Él, que lo molestaban, y que hacían huecos en los techos para llevar a un amigo ante Él. Jesús se interesa profundamente por nuestros deseos. Basta con mirar la bondad y la preocupación que Él demuestra, una y otra vez, en los evangelios, al recibir gustosamente a las personas que querían algo más. Esto no quiere decir que el Señor es una especie de máquina expendedora cósmica. Sin embargo, sí responde a las personas desesperadas, permitiendo que sus deseos lo involucren en el sentimiento de necesidad que ellas tienen. Las súplicas al Señor de cualquier clase lo involucran a Él a un nivel espiritual. No importa que sean ansiedades y anhelos equivocados, egoístas y destructivos, Jesús los ve como puertas abiertas para una conexión personal.
¿Quién es un discípulo?
Un discípulo es alguien que entiende y hace cosas determinadas. Pero de manera mucho más fundamental y profunda, un discípulo es alguien que ama a Alguien específico —a ese Alguien que quiere tener más que una relación cercana con nosotros. El apasionado, irrefrenable y consumidor amor de Dios nos arrastra deliberadamente a una fusión simbiótica, a una unidad tan sustancial con Él, que después que despertamos a ellas nos damos cuenta de que “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” (Gá 2.20).
Seguir a Jesús es la oportunidad más grandiosa y el mayor desafío dado a la humanidad. A pesar de la dificultad innegable o de la complejidad que eso entraña, el deseo de nuestro corazón de vivir de verdad —la vida que Dios ha previsto— nunca estará satisfecho hasta que el deseo prevalezca sobre todas las preguntas, las inseguridades y las grandes preocupaciones que acompañan a la decisión de ser un discípulo del Señor.
Quizás esta arriesgada revelación personal ayudará a aclarar lo que quiero decir: Cuando mi esposa y yo nos casamos, yo tenía sinceramente un montón de pregunta sin respuesta: ¿Podemos costear el estar casados? ¿Somos lo suficientemente maduros? ¿Vamos a lamentar la decisión? Pero mi deseo de experimentar toda una vida junto a ella venció todas mis preocupaciones. Seguir a Jesús para tener toda una vida junto a Él es así, pero a una escala mucho más grande y eterna. Nuestro destino, nuestra seguridad, nuestra supervivencia o nuestra condición futura, no son lo principal. El enfoque, la meta y la recompensa se encuentran no solamente en seguir, sino en seguir a Jesús. Por tanto, la esencia de lo que significa ser un discípulo, es el punto de partida —simplemente vivir en la realidad de nuestra unidad con Dios.
Después de tres años de hacer vida común con Jesús, sus discípulos debieron haber encontrado que su partida significaba para ellos un ajuste inmenso; eso los obligaba a aprender nuevas maneras de buscar la compañía de Él, y de permitirle vivir en todas las dimensiones de sus vidas. Ellos deseaban la transformación continua de su esencia espiritual —el lugar de los pensamientos, los sentimientos, la voluntad y el carácter. Para los cristianos ha habido, desde entonces, un enlace vital entre el deseo de vivir de verdad, manteniendo la compañía de Jesús quien vive en ellos, y su fidelidad a las disciplinas espirituales.
¿Qué es una disciplina espiritual?
El día en que usted y yo aceptamos la invitación de Jesús de seguirle, nuestro corazón se convirtió en su hogar. En ese momento, de maneras que están más allá de nuestra capacidad de entenderlo, nos convertimos en personas nuevas interiormente. Desde entonces no volvimos a ser los mismos. Gracias a que esto es cierto, ser un discípulo tiene que ver menos con “intentarlo”, y más con “ejercerlo” al afincarnos en la realidad de que Dios vive en nosotros. Por consiguiente, practicar disciplinas espirituales, no consiste en esforzarnos por lograr algo que no tenemos, sino más bien en disfrutar de lo que ya nos ha sido dado.
Si esto es cierto, entonces nuestra motivación, nuestro enfoque, y la práctica de las disciplinas espirituales cambian dramáticamente. En vez de luchar por acercarnos más a Dios, o por ganarnos su aprobación y su amistad, somos libres para disfrutar todo eso. Esto nos ayuda a entender que nuestras prácticas espirituales —nuestros hábitos y nuestras rutinas relacionadas con la oración, el estudio de la Biblia, el servicio y el sentimiento de comunidad que incorporamos a nuestra vida— son como puntos en un mapa que conducen a un tesoro de valor incalculable. Pero es esencial comprender que estas cosas no son el tesoro propiamente dicho.
Debemos consagrarnos a nuestras disciplinas espirituales. Sin embargo, nos equivocamos y ponemos en peligro nuestras almas si pensamos que las disciplinas espirituales son un fin en sí mismas. Las prácticas espirituales tienen el propósito de crear un espacio en nuestra vida para poder abrirnos a Dios. Nunca son lo más importante del discipulado. Básicamente, seguir a Cristo consiste en cultivar una amorosa relación de confianza y obediencia con el Dios que está al mismo tiempo dentro de nosotros y más allá de nuestros mejores esfuerzos.
A pesar de lo importante que son las disciplinas espirituales, ellas jamás deben llegar a ser un sustituto de nuestra obediencia a Jesús y de nuestra vida de unidad con Dios. Sin embargo, somos susceptibles a cometer este error, porque la búsqueda de una manera de tener el control de nuestro propio bienestar —que es algo que nos absorbe— es la energía natural del alma de toda persona. Y cada vez que cedemos a ese deseo, nuestras prácticas espirituales pierden algo de su poder.
Por eso, la práctica de diversas disciplinas espirituales es como “trabajar en nuestro bronceado”. Hay “trabajo” que tenemos que hacer, pero ese “trabajo” tiene que ver principalmente con posicionarnos de manera que Dios pueda hacer lo que Él hace normalmente —transformarnos a la imagen de su Hijo. Es por esto que algunos hablan de las disciplinas como “el camino de la gracia disciplinada”. La oración, la lectura de la Biblia, el tiempo a solas, el silencio, son bendiciones que nos han sido dadas generosamente. Pero son disciplinas pues hay algo que nosotros tenemos que hacer. Y ese algo tiene que ver más con el posicionamiento que con el esfuerzo; más con la conformidad al estilo de vida de Jesús que con nuestros jadeos y resoplidos por llegar a ser más como Él.
La vida diseñada por Dios de manera singular para cada uno de nosotros, y que anhela nuestro corazón, no puede ser alcanzada por nuestros propios esfuerzos, no importa qué tan disciplinados podamos ser. En vez de eso, se logra por medio de unas pocas preposiciones gramaticales: “con”, “en” y “por” –lo que Eugene Peterson llama “participación preposicional”. Estas preposiciones nos unen a Dios y a su acción. Son esencialmente las maneras y los medios de estar y participar en lo que Dios está haciendo.
Es esencial para nuestra experiencia y fundamental para nuestra comprensión, que confiemos en Dios y nos mantengamos con la seguridad de que no estamos solos ni lo estaremos jamás. Podemos confiar en que Dios está siempre con nosotros: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1.23). Además, Jesús mora en nosotros: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20). Por último, podemos confiar en que Dios es por nosotros: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro 8.31).Con, en y por. Estas son las palabras fidedignas conectadoras, capacitadoras y creadoras de unidad, que nos ponen en el camino que Dios ha dispuesto que sigamos.
Aunque pasé años admirando y quitándome el sombrero frente a la idea de que Dios “obra en vosotros” (Fil 2.13 LBLA), mi vida se había consumido totalmente por mis intentos de vencer mis debilidades, de deshacerme de mis complejos, y acercarme a Dios por mi pura determinación. Estaba inconsciente de la realidad de que mis desesperados jadeos y resoplidos por agradar a Dios, luchando para ganar su favor, y agitándome tratando de corregirme a mí mismo eran, de hecho, un enorme insulto a Él.
Uno de los descubrimientos más grandes de mi vida es la misteriosa y liberadora realidad de mi unidad con Dios, quien me ama incondicionalmente tal como soy. Estoy muy lejos de ser perfecto, pero me siento deslumbrado por la disminución de mis inquietos esfuerzos por ganar la aprobación de Dios y crecer en intimidad con Él. Por eso, mi vida está siendo renovada por completo, de una manera radical, por Aquel que vive en mí.
domingo, 12 de junio de 2016
Dios asombroso
Los teólogos han tratado de definir a Dios como: Soberano, Todopoderoso, Omnipotente, Omnisciente, Omnipresente, Eterno Infinito, e Inmortal, por mencionar algunos atributos. Pero, ¿podrá haber una lista concluyente de sus atributos que lo defina? Porque Él es Dios, no hay palabras o pensamientos de los hombres y mujeres que puedan explicar su infinitud. Él es mucho más grande de lo que imaginamos, pues su presencia llena el universo. Él es más poderoso de lo que sabemos, más sabio que la sabiduría de todos los hombres puestos juntos. Su amor está más allá de la comprensión humana, su gracia no tiene límites, su santidad es inigualable y sus caminos son inescrutables.
Después de todo, Él es el único Dios verdadero. Él no tiene principio ni fin. Él creó todas las cosas y todas las cosas existen por su divino poder. Él no tiene compañeros que le den consejos. Nadie puede entenderlo completamente. Él es perfecto en todas sus perfecciones. El teólogo Anselmo dijo que Dios es “aquello de lo cual nada más grande es concebible”. Mientras que Strong dijo: “Dios es el Espíritu infinito y perfecto en quien todas las cosas tienen su origen, su sustento y su fin”.
Con esto en mente nos acercamos a uno de los pasajes de la Biblia que compacta en apenas cuatro versos el contenido más grande que se conozca acerca de Dios. Se trata de Romanos 11:33-36, pasaje al que se le ha llamado la “doxología de la teología” o una "explosión de alabanza”. Son palabras escritas en esperanza y con mucho aliento.
Ningún expositor bíblico puede sentirse suficiente para enfrentar la belleza de este texto. Sus verdades son tan profundas que nadie puede aspirar a explorarlas a fondo o tratar de entender cada una de sus frases. Entremos, pues, con humildad ante lo trascendente de este pasaje en el tema que nos asiste hoy. Descubramos lo asombroso de Dios en el texto.
I. EL TEXTO NOS INVITA A VER TRES HECHOS ASOMBROSOS ACERCA DE NUESTRO DIOS
1. Solo Dios sabe lo que tiene que saber v. 33. De eso se trata el tesoro de su sabiduría. Nadie conocía tan bien los misterios del reino de Dios como Pablo. Pero frente a lo que describe se reconoce impotente. En la imaginación uno puede verlo desesperado por llegar al fondo, humillado allí en el borde para terminar adorando lo asombroso de Dios. Y ¿qué tan profundo es Dios? Considere este ejemplo. Imagínese a un hombre en el océano caminando sobre el agua mientras está seguro que siente la arena bajo sus pies. Pero véalo ahora metiéndose más a lo profundo donde ya no toca la arena.
De repente una ola lo lleva mar adentro y luego una corriente lo arrastra y se da cuenta que está en la profundidad, que va al abismo. Es allí donde tendrá que exclamar: “¡Oh profundidad, me ahogo, perezco!”. Esto fue lo que sintió Pablo después de haber abordado varios temas como la soberanía de Dios, el pecado del hombre y el plan eterno de Dios. Llegó a un momento donde todo era tan profundo que prefirió no seguir sino alabar toda esa “riqueza de su sabiduría y de la ciencia de Dios”. Y es que el plan de la redención, más que argumentarlo lo que tenemos que hacer e s alabarlo y también decir “¡oh, profundidad de su justicia, gracia y perdón de Dios!”. Todo lo que Dios es y hace está lleno de esa riqueza. Cuando piense en esa profundidad vea hacia arriba y hacia abajo.
2. Solo Dios hace planes que no podemos entender (v.33b). Sus juicios se describen como insondables. Otras versiones lo traducen como “impenetrables” e “indescifrables”. La palabra juicios acá se refiere a sus planes y también a sus designios. En la alabanza paulina esta exclamación pareciera tocar aquello donde solo Dios, consigo mismo, trabaja, planifica y determina; pero por ser impenetrables nadie puede conocerlos.
El único que nos reveló parte de ese juicio fue nuestro Señor Jesucristo, porque si bien es cierto que a Dios “nadie le vio jamás”, él le dio a conocer y nos mostró algo de sus incomprensibles juicios. Los planes que Dios hace no se pueden conocer, y aunque quisiéramos saber de ellos, no los podíamos entender. Nuestra mente es muy pequeña. Pero lo que si debemos saber es que los “juicios del Señor son todos justos”. Sobre este particular Juan Wesley lo ejemplificó de esta manera: "Muéstrame un gusano que comprenda plenamente a un hombre, y yo te mostraré a un hombre que puede comprender a Dios”. Nadie puede entenderlo.
3. Solo Dios conoce todo lo que sucede (33c). Sus caminos, es decir, la manera que él utiliza para lograr sus propósitos se describen como “inescrutables”; esto significa que hay algo que no puede saberse ni averiguarse. En el caso de Dios se puede detectar su huella, pero es imposible seguirla hasta el fin. La manera de proceder de Dios no puede ser comprendida por el hombre. Es solamente por medio de someterse a sus juicios y caminos que el hombre puede comprobar que son correctos.
Así que como él es “inescrutable” solo nos ha dejado las cosas sencillas para conocerlas como si fuera una autopista abierta donde todos los hombres puedan viajar. Sin embargo, hay un camino cerrado para aquello donde solo él puede transitar. Así que las preguntas de por qué ocurren enfermedades, accidentes, crímenes, conflictos en la familia, huracanes, terremotos y un largo etcétera, se deben a lo que Pablo dijo acerca de los caminos de Dios.
Después de todo, Él es el único Dios verdadero. Él no tiene principio ni fin. Él creó todas las cosas y todas las cosas existen por su divino poder. Él no tiene compañeros que le den consejos. Nadie puede entenderlo completamente. Él es perfecto en todas sus perfecciones. El teólogo Anselmo dijo que Dios es “aquello de lo cual nada más grande es concebible”. Mientras que Strong dijo: “Dios es el Espíritu infinito y perfecto en quien todas las cosas tienen su origen, su sustento y su fin”.
Con esto en mente nos acercamos a uno de los pasajes de la Biblia que compacta en apenas cuatro versos el contenido más grande que se conozca acerca de Dios. Se trata de Romanos 11:33-36, pasaje al que se le ha llamado la “doxología de la teología” o una "explosión de alabanza”. Son palabras escritas en esperanza y con mucho aliento.
Ningún expositor bíblico puede sentirse suficiente para enfrentar la belleza de este texto. Sus verdades son tan profundas que nadie puede aspirar a explorarlas a fondo o tratar de entender cada una de sus frases. Entremos, pues, con humildad ante lo trascendente de este pasaje en el tema que nos asiste hoy. Descubramos lo asombroso de Dios en el texto.
I. EL TEXTO NOS INVITA A VER TRES HECHOS ASOMBROSOS ACERCA DE NUESTRO DIOS
1. Solo Dios sabe lo que tiene que saber v. 33. De eso se trata el tesoro de su sabiduría. Nadie conocía tan bien los misterios del reino de Dios como Pablo. Pero frente a lo que describe se reconoce impotente. En la imaginación uno puede verlo desesperado por llegar al fondo, humillado allí en el borde para terminar adorando lo asombroso de Dios. Y ¿qué tan profundo es Dios? Considere este ejemplo. Imagínese a un hombre en el océano caminando sobre el agua mientras está seguro que siente la arena bajo sus pies. Pero véalo ahora metiéndose más a lo profundo donde ya no toca la arena.
De repente una ola lo lleva mar adentro y luego una corriente lo arrastra y se da cuenta que está en la profundidad, que va al abismo. Es allí donde tendrá que exclamar: “¡Oh profundidad, me ahogo, perezco!”. Esto fue lo que sintió Pablo después de haber abordado varios temas como la soberanía de Dios, el pecado del hombre y el plan eterno de Dios. Llegó a un momento donde todo era tan profundo que prefirió no seguir sino alabar toda esa “riqueza de su sabiduría y de la ciencia de Dios”. Y es que el plan de la redención, más que argumentarlo lo que tenemos que hacer e s alabarlo y también decir “¡oh, profundidad de su justicia, gracia y perdón de Dios!”. Todo lo que Dios es y hace está lleno de esa riqueza. Cuando piense en esa profundidad vea hacia arriba y hacia abajo.
2. Solo Dios hace planes que no podemos entender (v.33b). Sus juicios se describen como insondables. Otras versiones lo traducen como “impenetrables” e “indescifrables”. La palabra juicios acá se refiere a sus planes y también a sus designios. En la alabanza paulina esta exclamación pareciera tocar aquello donde solo Dios, consigo mismo, trabaja, planifica y determina; pero por ser impenetrables nadie puede conocerlos.
El único que nos reveló parte de ese juicio fue nuestro Señor Jesucristo, porque si bien es cierto que a Dios “nadie le vio jamás”, él le dio a conocer y nos mostró algo de sus incomprensibles juicios. Los planes que Dios hace no se pueden conocer, y aunque quisiéramos saber de ellos, no los podíamos entender. Nuestra mente es muy pequeña. Pero lo que si debemos saber es que los “juicios del Señor son todos justos”. Sobre este particular Juan Wesley lo ejemplificó de esta manera: "Muéstrame un gusano que comprenda plenamente a un hombre, y yo te mostraré a un hombre que puede comprender a Dios”. Nadie puede entenderlo.
3. Solo Dios conoce todo lo que sucede (33c). Sus caminos, es decir, la manera que él utiliza para lograr sus propósitos se describen como “inescrutables”; esto significa que hay algo que no puede saberse ni averiguarse. En el caso de Dios se puede detectar su huella, pero es imposible seguirla hasta el fin. La manera de proceder de Dios no puede ser comprendida por el hombre. Es solamente por medio de someterse a sus juicios y caminos que el hombre puede comprobar que son correctos.
Así que como él es “inescrutable” solo nos ha dejado las cosas sencillas para conocerlas como si fuera una autopista abierta donde todos los hombres puedan viajar. Sin embargo, hay un camino cerrado para aquello donde solo él puede transitar. Así que las preguntas de por qué ocurren enfermedades, accidentes, crímenes, conflictos en la familia, huracanes, terremotos y un largo etcétera, se deben a lo que Pablo dijo acerca de los caminos de Dios.
De esta manera un cristiano nunca debiera preguntar “por qué Señor pasan las cosas” sino más bien “qué propósito tiene Dios con todo lo que pasa”.
II. EL TEXTO NOS REVELA TRES PREGUNTAS ASOMBROSAS QUE SOLO DIOS PUEDE CONTESTARLAS
1. ¿Quién puede explicar la mente del Señor? (v. 34). Hay algunos que piensan que conocen a Dios pero lo único saben de él es lo que él mismo nos ha revelado. Esto es parecido a la historia de los seis ciegos que estaban tratando de describir un elefante. Uno de ellos le tocó el colmillo y dijo: "Un elefante es agudo, como una lanza." El segundo hombre le tocó la enorme cara y exclamó: "¡No! Un elefante es como una pared”. El tercer hombre le acarició la trompa en movimiento y llegó a la conclusión que un elefante era muy parecido a una serpiente.
El cuarto hombre trató de abrazar una de las patas del elefante; pero como no pudo, entonces dijo: "El elefante es como un árbol." El quinto hombre tocó sus enormes orejas y le dijo: "Es fácil, el elefante es como un abanico." El último hombre agarró su muy pequeña cola y finalmente dijo: “A ti te hicieron todo mal. Te pareces a una cuerda”. ¿Cuál de los seis tuvo razón? Ninguno. ¿Quién de los seis se equivocó? Todos ellos. Así somos al momento de tratar de conocer a Dios. ¿Quién de nosotros puede decir que entiende completamente lo infinito y todopoderoso Dios del universo? Nadie sabe lo suficiente para explicar completamente Dios.
2. ¿Quién puede aconsejar a Dios? (v. 34b). En una oportunidad Pedro trató de aconsejar al Señor y el Señor lo terminó llamando Satanás (Mt. 16:23). No existe un genios superdotado que pueda darle un consejo a Dios. Y es que un consejero se busca cuando hay alguna decisión que tomar o algún problema que resolver. ¿Se ha metido Dios en un problema o ha tomado una mala decisión que requiere de un consejero? En el capítulo 38 de Job, Dios lo aborda con una serie de preguntas que ponen en evidencia lo pequeño que es el hombre para que pueda pensar en decirle a Dios lo que él tiene que hacer.
Todo lo que él ha creado no amerita alguna sugerencia de la criatura porque simplemente ya Dios sabe lo que tiene que hacer. Un estudiante universitario mal preparado estaba luchando por su examen final de economía. La prueba tenía que ser tomada antes de Navidad. Como no pudo responder escribió al pie del papel: "Sólo Dios sabe la respuesta a estas preguntas. ¡Feliz Navidad”. El maestro le devolvió el papel, y lo marcó diciendo: “Califico a Dios con 100. Usted obtuvo 0. ¡Feliz Año Nuevo! "
3. ¿A quién tiene que pagarle Dios? v. (35). Entre las tantas preguntas que Dios le hace a Job para mostrarle su ignorancia, aparece una muy parecida a la que Pablo hizo: ¿Y quién tiene alguna cuenta que cobrarme? ¡Mío es todo cuanto hay bajo los cielos! (Job 41:11 NVI). No hay nada que tengamos que no le pertenezca; en todo caso, somos nosotros los deudores. Todo lo que tenemos es entregado por Dios y sin embargo él no nos cobra nada. Usted y yo tenemos una deuda con Dios por el aire que respiramos.
Tenemos una deuda por la vida que nos ha dado, los bienes materiales, el sustento y su provisión cotidiana. El hombre tiene con Dios una deuda por su creación, por su salvación y otra por sustentación. ¿Cómo piensa pagársela? ¿De cuál cuenta le sacará Dios su débito? Hay hombres necios que proclaman que Dios les debe algo. Observe lo que él hizo por el hombre. El Dios infinito se hizo finito. El Todopoderoso se convirtió en un niño pequeño. La Deidad estuvo envuelta en pañales. Ahora él puede restaurar a un hombre rebelde y redimirlo de sus pecados. Entonces, ¿quién es el que está en deuda? Lo de arriba y lo de abajo le pertenece. Nos debemos todo a Dios.
III. EL TEXTO NOS CONDUCE A TRES ASOMBROSAS RAZONES PARA QUE ALABEMOS A DIOS
1. Dios es la fuente de todo v. 36ª. Se ha dicho que este versículo contiene el secreto de una “cosmovisión cristiana” porque destrona al hombre de su lugar y pone a Dios como el Rey y Señor del universo. Dios es la fuente de todas las cosas, lo que significa que todas las cosas fluyen de él. La oración “porque de él...” es una forma de encontrar el origen de donde manan todas las cosas. Los hombres siguen quebrándose la cabeza para descubrir de donde ha venido todo. De esta manera se cree que el universo es el resultado de una gran explosión que sucedió millones de años para llegar hasta donde estamos ahora. La pregunta que continua es: ¿Cómo surgió todo para que se diera esa explosión? ¿De dónde salió la materia prima para llegar a esta conclusión? La Biblia, sin entrar en complejidades científicas simplemente nos dice que de él proceden las cosas. Así que, mientras el hombre necio no reconoce a Dios en esto, el salmista nos va a decir que los “cielos cuentan la gloria de Dios…” (Sal. 19:1).
2. Dios es el sustento de todo v. 36b. La Biblia afirma que las cosas fluyen de él, por lo tanto él es la razón de todas las cosas. Cuando Dios creó la tierra se nos informa que estaba “desordenada y vacía”. A partir de allí entró en acción la palabra creadora. Contrario, pues, a las teorías científicas acerca de la aparición del universo, la Biblia nos habla que Dios utilizó seis días para que apareciera todo lo que ahora vemos y lo que no vemos. Por medio de un acto singular y divinamente pensado, Dios comenzó diciendo primero “hágase la luz” y la luz fue hecha. ¿Por qué primero la luz? Porque ella sería la razón misma de todo lo creado. El orden que siguió la creación después de esto es simplemente asombroso. Cada cosa fue hecha según el plan divino. Todo llegó a tener vida como resultado de la palabra creativa “y dijo Dios”. Así, pues, el Dios que dio origen a lo creado, lo sustenta y cada cosa creada responde con la sabiduría con que la hizo el Creador. Considera como responde la naturaleza a la sabiduría de su Creador.
3. Dios es el dueño de todas las cosas 36c. Esta exclamación de Pablo es impresionante porque nos dice que nada queda excluido delante de él. Dios es el principio, el medio y el final de todas las cosas. La conclusión de Pablo es que todo viene de él, todo sigue por él y el fin de todas las cosas también será para él. Antes de la creación Dios estaba completo y no tenía necesidad de nada. Después que vio que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera”, se aseguró de cuidar lo creado ¡Quién como tú, oh, Dios! Tú tienes el título de propiedad de la creación. Así que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza “para él”. Después de todo esto habrá una nueva tierra y todo eso será “para él”. Y al final tendremos un cuerpo nuevo, glorificado y ese cuerpo será “para él”. Todo, todo, todo finalmente será para él. Así que frente a la profundidad de sus riquezas, decimos: “A él sea la gloria por los siglos. Amén” v.36d.
CONCLUSIÓN:
Nuestro Dios es asombros. Nadie se compara con él, por lo tanto, como alguien dijo: “En la vida y en la muerte, ¡a él sea la gloria por los siglos! En la alegría y en la tristeza, ¡a él sea la gloria por los siglos! En días buenos y oscuras noches, ¡a él sea la gloria por los siglos! En la enfermedad y en la salud, ¡a él sea la gloria por los siglos! En la carretera y en su casa, ¡a él sea la gloria por los siglos! En el matrimonio y con sus hijos, ¡a él sea la gloria por los siglos! En la prosperidad y en la pobreza, ¡a él sea la gloria por los siglos! En tiempos de paz como en tiempos de angustia, ¡a él sea la gloria por los siglos! En la suave brisa o en la tormenta, ¡a él sea la gloria por los siglos! En el aula o en el negocio, ¡a él sea la gloria por los siglos! En los momentos de victoria o en los de derrota, ¡a él sea la gloria por los siglos! En las oraciones respondidas o en las oraciones sin respuesta, ¡a él sea la gloria por los siglos! En las lágrimas y en las risas, ¡a él sea la gloria por los siglos! En el cielo y en la tierra, ¡a él sea la gloria por los siglos! Cuando la esperanza se haya ido y todo lo que nos queda es Dios, ¡sólo a él sea la gloria por siempre! Amén”. Que nadie mas se robe la gloria del único Dios asombroso.
viernes, 10 de junio de 2016
Soñar
Dios quiere llevarte por un proceso de liberación, para que salgas de la cautividad emocional, mental, y espiritual, para que seas libre para soñar.
La crisis económica puede hacer que la gente se acostrumbre a vivir bajo unas circunstancias que son temporeras. Y lo peor que puede pasar en medio de una crisis es que pienses que siempre va a ser así, y que hagas planes en tu vida, basados en algo que mañana podría cambiar.
Mucha gente ha dejado de soñar; han dejando de proyectarse basado en la manera en la que Dios los ve, para proyectarse basado en sus circunstancias actuales.
En Salmos 126, el salmista dice que, cuando Jehová haga volver la cuatividad de Sion, seremos como los que sueñan. Y menciona las características de esos que sueñan.
Los que sueñan tienen su boca llena de alegría; en su boca hay constante alabanza. Cuando una persona no es capaz de reír, y en su lengua no hay alabanza, y lo que hace es hablar negativo todo el tiempo, esa persona te deja saber que no está soñando.
Los soñadores viven en gozo, viven más allá de las circunstancias presentes.
Un sueño no es otra cosa que la oportunidad que Dios le da al hombre de subir a un nivel más grande, y mirar desde el mundo espiritual la proyección divina hacia las circunstancias presentes.
En Apocalipsis, antes de darle la revelación a Juan, Dios le dice: Sube aquí arriba. Así que, para recibir la revelación, tienes que verla desde el mismo lugar que Juan la vio: desde arriba. Juan vio la tierra desde el cielo, no el cielo desde la tierra.
En la biblia encontramos hombres como Noé, que fue un visionario, construyendo el primer crucero, cuando nunca había llovido.
Jacob, en medio de sus peores problemas, en vez de tener una pesadilla, tuvo un sueño. No tenía dinero, no tenía nada, acababa de engañar a su padre, estaba solo en el desierto, y cuando se acuesta a dormir, en vez de tener una pesadilla, lo que tiene es un sueño. Y no cualquier sueño, sino uno en el que Dios le dice que lo va a bendecir.
David soñaba con ser grande, con tener éxito, con la victoria; por eso cuando vio a Goliat no tuvo temor, porque él sabía cuál era su final, sabía para dónde iba.
José, en medio de su crisis, su sueño fue lo que lo mantuvo vivo.
Lo que mantiene vivo a un hombre en medio de las circunstancias difíciles es tener la capacidad de soñar.
Lo que te mantiene con vida es una visión, es saber que tu presente no es tu final, que no es lo último, sino que es temporero, y sobre todas las cosas, saber que tu futuro está en las manos de Dios y en las desiciones que tú tomes en el día de hoy.
No hay problema, ni dificultad, ni situación que pueda detener lo que hay dentro de ti.
Quizás en algún momento de tu vida has sentido que no sabes para dónde vas. Pero debes saber que Dios está buscando un remanente de personas que sean como los que dice el Salmos 126, que sean como los que sueñan, que su boca esté llena de risa, su lengua de alabanza, personas que entiendan que su vida no ha terminado, sino que Dios te quiere elevar por encima de todo lo que estás viviendo.
Si quieres tener únicamente amigos en tu vida, noPor lo que es mejor que comuniques tu sueño lo antes posible, porque así inviertes menos tiempo en la gente incorrecta, y más atención le prestas a los sueños que Dios ha puesto dentro de ti.
Si tienes enemigos, si hay gente que no te comprende, es porque tienes un sueño.
Una de las maneras de saber quién verdaderamente es tu amigo es soñar, porque cuando tú revelas tu sueño se revela el corazón de los que están al lado tuyo y tú podrás saber quién está contigo y quién no; quién cree en ti, y quién no; quién te apoya, y quién no.
Por lo que es mejor que comuniques tu sueño lo antes posible, porque así inviertes menos tiempo en la gente incorrecta, y más atención le prestas a los sueños que Dios ha puesto dentro de ti.
Si tienes enemigos, si hay gente que no te comprende, es porque tienes un sueño.
jueves, 9 de junio de 2016
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