Pero lo que vimos creciendo en nuestro hogar programó nuestra mente y corazón. Inconscientemente creímos que las reglas de conducta y la forma de relacionarnos en un matrimonio debían ser como lo vimos en nuestro hogar. Y eso lo llevamos dentro cuando nos casamos. Si el padre fue agresivo y machista, igual se comporta el hijo; si la madre fue independiente y rebelde, la hija querrá hacer lo mismo en su matrimonio.
La gran mayoría de personas no aprende como llevar un matrimonio. Acude a sus conocimientos y reglas de conducta heredadas de su hogar creyendo que eso los guiará, y se sorprenden cuando no funciona. Me asusté cuando leí que la pareja promedio pasa 150 horas planificando la ceremonia de boda y solamente 2 horas aprendiendo del matrimonio. Planifican las invitaciones y los adornos, pero no planifican su hogar. Aprenden como manejar un auto y estudian una profesión, pero pocos estudian para la vida, para ser felices con quien aman.
Pero el matrimonio, aunque nace por el amor, se sostiene con sabiduría. Esta escritura de Efesios es como que el Señor nos dijera: "cuando te cases, no sigas el patrón de conducta que viste en tus padres. Sigue mi ejemplo. Imítame a mí".
EL PODER DE LA SUJECIÓN
Cada vez que hablamos de sujeción, las mujeres piensan dentro de sí: “ahí viene una pedrada para mí”, mientras los hombres empiezan a sonreír como quien dice “Pastor, ya me hizo el día”. Pero no debería ser así. Primero, la sujeción no es sólo para las mujeres, empieza por el hombre. Éste debe sujetarse a Cristo, su cabeza. Segundo, no es mala, es buena. Dios no hubiera mandado algo que nos hiciera daño.
Muchas mujeres huyen a la sujeción porque no han entendido su poder. Creen que Dios les ordenó menospreciarse. Esto lo creen porque no han entendido el respaldo de Dios cuando lo practican. Antes que nada mujer, debes comprender que lo que el Señor le pidió al marido es más difícil. La orden para el hombre es morir, no sujetarse. Estoy seguro que a cualquiera que le apunten un arma a la cabeza y le digan "o te sujetas o te mato" se sujetaría. Es porque morir es más difícil, y eso fue lo que Dios le pidió al esposo.
Te enseñaré tres beneficios para ti, mujer, si eres sujeta. El primero lo encontrarás si lees cuidadosamente 1ra Pedro 3.1-2. Lo he llamado "el poder de la transformación": Dios transforma con su Palabra a los hombres a quienes se les sujeta una mujer casta y respetuosa, aún cuando este marido no crea en la Biblia. En otras Palabras, las mujeres respetuosas son una ventana de bendición para su hogar.
Piensa en esto por un momento. Por lo general, la mujer cuando está enojada, quiere discutir con su marido y llega a hacerlo fuertemente si no la escuchan. Quiere hacer valer su punto y que su marido reaccione, pero está en un error. Dios no transforma a su esposo por sus alegatos, lo hace por su sujeción. Cada vez que contiende verbalmente con su marido, está cerrando más su corazón y también la ventana de bendición de Dios. El Señor, al ver que la mujer no respeta a su cabeza, la deja a su propio destino. Pero en cambio, cuando no discute de regreso, sino que mantiene una conducta respetuosa y ejerce dominio propio, el poder de Dios y su autoridad operan a su favor. El mismo llama a su marido y se encarga de reprenderlo fuertemente. ¿Por qué? Porque El es la cabeza de su esposo y opera en autoridad cuando ve que la mujer respeta esa autoridad.
El segundo beneficio lo llamo "el poder de la asociación". Lo encuentras en el verso 7 de ese capítulo: Dios escucha únicamente al esposo que honra a su mujer. Cuando eres sujeta a tu marido, Dios está tan agradado que hasta podría estorbar las oraciones de tu esposo cuando no te honra como vaso más frágil. ¿Por qué? Porque Dios no atiende al hombre que trata mal a su mujer, sino que le resiste. De esa manera el Señor protege el corazón sensible de las mujeres.
Si el Señor le dio al hombre autoridad en el hogar, también le dio responsabilidad, y El no escuchará a aquel que abusa de ese poder. El resiste al esposo para quebrantar su corazón y para que éste se de cuenta que no hace bien. El Señor me dio a entender que sólo aquellos hombres que honren a su mujer y respeten la ternura y sensibilidad de ella podrán tener comunión con el Espíritu Santo, porque el Espíritu es más sensible que las mujeres. Pero cuando son duros y ásperos con sus esposas, el Señor se aparta de ellos en sus oraciones, buscando que se humillen y arrepientan por esa dureza. Aquel que se endurece con su esposa, su corazón se endurecerá con Dios. Por eso Dios ni recibe las ofrendas de los esposos desleales a sus esposas (Malaquías 2.13-14).
El tercer beneficio lo llamo "el poder del consuelo". Lo encontramos en Isaías 54:4-6. Dios le dice a la mujer abandonada: “Yo seré tu marido”. El ocupa el lugar del esposo si éste la rechazó, pero nunca ocupa el lugar de la esposa ante el hombre. Es como que Dios le dijera a la mujer: "si por sujetarte a tu marido el te hace algún daño, Yo mismo me encargaré de amarte y sustentarte. Yo, tu Dios, te consolaré, y no te dejaré avergonzada ni afligida". Esta es una promesa que nunca hace el hombre, sólo a la mujer, y a aquella que se sujeta a su esposo. Dios te ha puesto a ti, mujer, en un lugar para ser honrada por tu marido. Sujétate sin temor, con toda libertad, pues la sujeción es una bendición.
La Biblia dice que una buena mujer es corona de su marido, pero que una mala mujer es una gotera sobre su cabeza. En Proverbios dice que la mujer es el bien de Dios, pero Eclesiastés dice que la mala mujer es más amarga que la muerte. Mujer, tú escoges que serás para tu esposo: la mayor bendición que ha recibido de Dios, o el mayor dolor de cabeza que sufre. Escoge el bien, y el Señor te ayudará a relacionarte con tu esposo.
JESÚS: EL MODELO DE AMOR PARA EL ESPOSO
Así como la instrucción de Dios para la esposa es una en todo el Nuevo Testamento, sujetarse, para el hombre encontramos tres. La primera es amar incondicionalmente, dar la vida como Cristo lo hizo. Como puedes ver, tu responsabilidad, por ser cabeza, es mayor. Cristo llegó a la cruz por amor a su esposa, la iglesia, y murió a sí mismo por ella. No hay más grande amor que éste, y a eso nos llamó el Señor como hombres y líderes del hogar. Tu esposa no se negaría a seguir a un hombre así.
Si tú, hombre, quieres ser una cabeza digna de un hogar cristiano, lo primero que tienes que hacer es morir a tus propios deseos. Si Dios te dio autoridad en tu hogar es para que sirvas a tu familia. Pero el que se casa para exigir cosas para sí mismo, no está amando como Cristo.
Me confrontó leer en 1ra de Juan 4.8. La Biblia dice que en esto consiste el amor, en que El me amó primero a mí. Jesús me enseñó que si quería amar a mi esposa como El lo hizo, yo debía ser el primero en manifestar mi amor en mi hogar. El me amó primero, y después de recibir su amor, yo le correspondí. De la misma manera, yo debo amar a mi esposa primero, no esperar lo contrario. Por lo tanto, no puedo tener ninguna excusa como hombre para no ser tierno y amoroso con ella. Jesús no las tuvo conmigo. El me amó primero.
Otro principio importante es sustentar a tu esposa. Pablo dijo que quien cuida y sustenta a su mujer, a sí mismo se ama. El Modelo de Jesús lo encontramos en 2da Corintios 8:9. Este habla sobre el manejo de las finanzas del El para nosotros. Dice que Jesús, siendo rico, se hizo pobre para bendecrinos o enriquecernos. En muchos hogares es el hombre quien trabaja y devenga un salario. En otros, ambos lo hacen. No importando quien lo genere, la Biblia enseña que la responsabilidad del hombre como cabeza en esta área, al seguir el modelo de Jesús, consiste en dejar a un lado sus propios intereses, despojarse y buscar el beneficio de su mujer.
Nuestras finanzas expresan lo que realmente amamos. "En donde está tu tesoro allí está tu corazón" nos enseñó Jesús. Creelo o no, como usas tus ingresos manifiesta lo que hay en tu corazón. Personalmente creo que cuando una pareja se casa debe unir todos sus bienes. No veo cómo una pareja dice que va a compartir toda su vida sin compartir toda sus bienes. La confianza que con mi esposa nos tenemos se demuestra también en esta área. Lo mismo hizo Dios conmigo, confió sus más preciados tesoros en mí. Y cuando tomo desiciones en mi matrimonio, lo hago pensando en bendecir a mi esposa y a mis hijos, aún si esto implica hacerlo sobre mis propios intereses. No importa de donde procedan los recursos que tenemos en el matrimonio, siempre busco el beneficio de mi familia sobre el mio propio. Esto les dice que los amo.
La tercera instrucción es ministrar a tu mujer. Jesús se entregó por su esposa, la iglesia, y la santificó por medio del lavamiento de la Palabra de Dios, y por eso puede presentarse una esposa gloriosa, sin mancha ni arruga. Jesús es responsable de la mujer que se presenta ante El. De igual manera, esposo, tú eres responsable de la esposa que se presenta ante ti. ¿Qué quiere decir esto? La mujer es, por característica propia, alguien que devuelve lo que tú le des, multiplicado. Dale una docena de rosas y te devuelve su agrado; dale un anillo y te entrega un matrimonio; dale un esperma y te devuelve un hijo; dale una casa, y te devuelve un hogar. Pero si la tratas con aspereza te devuelve contiendas y divisiones.
Tu eres responsable del estado de tu mujer. Ella es el reflejo de lo que tú has hecho por ella, es el espejo de lo que te has dedicado a darle. Lo que tú has sembrado, has cosechado. El hombre que se dedica a darle Palabra a su mujer, a cubrirla y a orar por ella, va a recibir una mujer gloriosa, sin mancha y sin arruga, como Cristo.