lunes, 24 de agosto de 2020

Vocación

 No sé si usted sabía por qué los gansos vuelan en forma de V. Bueno cuando veamos que se acerca el otoño verá ese espectáculo en el aire. ¿Por qué ocurre esto? Observa lo que la ciencia ha descubierto al respecto. Se ha comprobado que cuando cada ganso bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al otro que va detrás de él. Volando en V toda la bandada aumenta por lo menos un 70 % su poder de vuelo que si cada ave volara solo.


Cada vez que un ganso se sale de la formación siente inmediatamente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente regresa a la formación para beneficiarse de la ayuda del compañero que va adelante…. Cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a otro de los puestos de atrás y otro ganso toma su lugar.

Los gansos que van detrás graznan para alentar a los que van adelante, y esto les ayuda a mantener la velocidad. Finalmente, cuando un ganso se enferma, o es herido por un disparo, otros dos gansos se salen de la formación y lo siguen para ayudarlo o protegerlo. Se quedan acompañándolo hasta que está nuevamente en condiciones de volar o muere, y sólo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada o se unen a otro grupo.

Este es un extraordinario ejemplo acerca del tema que tenemos para hoy. Si aplicamos esto a la iglesia descubriremos que una iglesia unida avanza contra la fuerza de los vientos, se cuidan unos a otros cuando se cansan, ayudan al trabajo del líder y están prestos para curar al que puede estar herido. El presente texto comienza con el más grande y necesario llamado: “Unánimes entre vosotros”.

La palabra “unánimes” tiende a ser la parte dinámica de la palabra “unidad”. Es cuando en la gran diversidad se ponen todos de acuerdo bajo un mismo propósito hasta lograr una bendición mayor. El día de Pentecostés estaban todos “unánimes juntos” en oración. Se pusieron de acuerdo y vino después el Espíritu Santo. ¿No es eso interesante? Trabajemos en este mensaje con varias consideraciones que se desprenden dela palabra “unánimes”.

I. LOS PECADOS QUE QUEBRANTAN LA UNIDAD

1. El pecado de la altivez v. 16. Un ideal cristiano es que cuando uno conozca al Señor ya desaparezcan todos mis pecados. Pero esto es parte de la lucha cotidiana. Vamos a verlo de esta manera. Damos por un hecho que aquellos graves pecados de los que antes nos avergonzábamos ya no están presentes.

Que con la ayuda del Espíritu Santo hemos venido venciéndolos cada día. Sin embargo nos damos cuenta que si bien es cierto que algunos de los feos pecados de la carne ya no están, todavía me doy cuenta que hay un pecado del carácter que no se ha ido de mi vida como lo es la altivez. Como Pablo ha venido hablando de la unidad y ahora de estar unánimes, se da cuenta que hay un pecado que afecta directamente la unidad del cuerpo y ese es precisamente la altivez.

La definición de este pecado es muy simple: es uno que piensa más altamente de sí mismo. Esta persona se considera sabio en su propia opinión y es impenetrable a algún cambio pues lo que él piense y cree no amerita ni discusión ni cambios pues es “santa palabra”. Lo otro que esta persona hace es que por su misma arrogancia no se asocia con los humildes. Esto quebranta la unidad.

2. El pecado del menosprecio vv. 17, 19. Es cierto que los dos pecados que acá aparecen, me refiero a pagar mal por mal como la ley del taillon y a vengarse de otros, toman la ley por su propia mano. Esto por supuesto no forma parte de la vida de un creyente.

Bueno, esperamos que así sea. Ya el creyente no le paga con “la misma moneda” a alguien que le haga mal. Tampoco utiliza la venganza como medio para aplicar justicia. Sin embargo cuando buscamos alguna aplicación de estos textos al cuerpo de Cristo nos encontramos que si califico a algún hermano por su forma de ser y no me asocio con él, no le hablo o lo ignoro, en un sentido estoy pagando mal o vengándome y esto genera un menosprecio en mi corazón aunque no me de cuenta. Esto plantea una muy seria consideración en mi corazón.

Pablo nos ha venido hablando en todo este capítulo de la importancia de mantener la unidad de la iglesia. Es un real llamado a revisar continuamente la actitud de mi corazón. Mi hermano, la unidad es más importante que mi propia determinación. Contrario a esto se nos dice que procuremos lo bueno con ellos y dejemos a Dios que juzgue cada acto en otros.

II. LA DECISIÓN INDIVIDUAL QUE CONSTRUYE LA UNIDAD

1. La parte que yo hago para la unidad v. 18. Mis amados debemos reconocer que el asunto de estar unánimes y con ello lograr la unidad dentro del cuerpo no es tarea fácil. Es un asunto de determinación. La paz se construye no esperando que el otro lo haga sino sabiendo cuánta parte me corresponde a mí en este asunto.

Lo que este texto sugiera es que la armonía con otros no está al alcance en todo momento, pero el creyente debe ser responsable de no alterar o estorbar la paz. La frase “si es posible” sugiere lo que yo hago en el cuerpo. Esto significa que en lo personal tengo una buena parte de responsabilidad de preservar la unidad de la iglesia que se expresa a través de la paz y el gozo en el servicio.

Pablo recomienda mi trabajo personal en todo este asunto de guardar la unidad del Espíritu en el “vínculo de la paz”. Esto nos lleva a esta consideración: Ya Dios ha hecho lo que le corresponde en la unidad del cuerpo. Nos ha dejado a su Espíritu Santo sobre quien se dirige toda nuestra vida y decisiones. Pero en medio de esto todos nosotros tenemos que hacer la nuestra. ¿Cuál será mi parte?

2. Procurar la paz entre todos los demás v. 18b. Esta frase nos merece una dedicación especial. El creyente es un pacificador por naturaleza al igual que su Maestro. Esa paz la vive en su corazón, en su hogar, trabajo o la iglesia; pero sobre todo, la comparte. Es la persona que no se deja llevar por sus emociones al no importarle su responsabilidad y participación en el cuerpo.

Quien no procura la paz en el cuerpo de Cristo no le importa su iglesia sino su propio bienestar. La recomendación de Pablo es el más grande reto que debemos afrontar. “Si es posible”, eso habla de una condición en lo que hago en el cuerpo. “Estad en paz con todos” es mi decisión personal. Soy llamado como miembro del cuerpo a contribuir con la paz de afuera, pero sobre todo con la de adentro, la de mi familia en la fe.

Mis amados el sentir del apóstol es que yo soy un constructor de la paz, soy llamado a vivirla y a practicarla. Que no ceda a la tentación de dejar que en el cuerpo de Cristo haya desavenencia por mi culpa. Mi contribución debería ser como la de un Bernabé que frente a los conflictos o malos entendidos, sobre todo los que tuvo con Pablo, sea un agente de paz.

III. LAS ACCIONES QUE FORTALECEN LA UNIDAD

1. Manteniendo el valor de la amistad v. 9. Note que el texto no habla de un amigo sino de un enemigo. ¿Qué hace la justicia con los enemigos? ¿Qué hace una banda violenta contra otros? ¿Qué hace un ejército contra sus enemigos? ¿Qué está haciendo el mundo entero para defenderse de ISIS? Mis amados para el enemigo pareciera haber una sola sentencia: su muerte.

Pero observe el mandamiento de esta palabra. “Si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber”. Quién es el único que puede darle de comer y beber al enemigo, un creyente. Quién es el único que puede poner la otra mejilla al enemigo, un creyente. Pablo sigue lo que ya Cristo había dicho sobre el enemigo (Mt. 5:43, 44).

Veamos esto en el contexto de la vida de la iglesia. Lo anterior dicho es para nuestras relaciones de afuera, allí en el mundo donde vivimos y nos movemos. Pero, ¿puede aplicarse este texto en el seno de mis relaciones en la iglesia? ¿Puedo tener enemigos dentro de la iglesia? Esta es la pregunta que debe llevarme a un real examen para saber si estoy contribuyendo con la unidad en el cuerpo de Cristo. Prefiero perder un argumento que perder una amistad.

2. Venciendo con el bien el mal v. 21. Cuando hablamos de la unidad de la iglesia este texto debemos considerarlo detenidamente. En el mundo no se puede dar este principio. Allí la consigna es vencer el mal con el mal.

El creyente es la única persona que por su naturaleza santa posee las armas para vencer el mal haciendo bien. Apliquemos esto a la vida de la iglesia.

El principio de este texto es que yo debo considerarme siempre un canal de bendición. Ante cualquier situación que tienda fraccionar la armonía del cuerpo yo soy llamado a vencer con el mal con el bien. Me llama la atención la palabra vencer.

No somos ajenos al mal aun dentro de la iglesia. Tenemos que reconocer que el primer representante del mal llega a la iglesia antes que todos nosotros. Ya sabemos que se llama Satanás. Así que debo llegar a la iglesia con una disposición de vencer. Tener victoria sobre aquello que en lo personal me afecta, me hace daño.

Vencer ante cualquier actitud de otro hermano que viene peor que yo a la iglesia. Y sobre todas las cosas debo estar presto para vencer el desánimo que es una de las más notables manifestaciones del mal. Pablo nos dice que somos más que vencedores.

IV. LAS BENDICIONES DE GUARDAR LA UNIDAD

1. Dios resuelve mejor las cosas v. 19b. Extrayendo una aplicación de este texto pudiéramos decir que cuando yo actúo por mi propia cuenta sobre alguna posición o algo que me molesta y no tomo en cuenta a mi Dios, lo saco de mi mis planes y hago las cosas según lo que me dicen mis impulsos pero no según lo que me dice el Señor.

La oración “mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” nos ayuda a entender que Dios siempre hará mejor las cosas que lo que yo pudiera hacer. La tendencia humana siempre será mantener mi postura o posición respecto a algo o con alguien y en eso no puede obrar la justicia de Dios.

Mi oración en esto debiera ser: “Señor pongo en tus manos lo que siento y lo que creo, tú eres el Dios que me ve y conoces mis intenciones, por lo tanto creo que tú lo harás mejor que yo”. La oración “yo pagaré”, como parte de las prerrogativas divinas, nos pone en lugar correcto de hacer las cosas.

En nuestras luchas cotidianas que nos llevan a derramar nuestro corazón delante del Señor, donde en no pocas ocasiones nos postramos y lloramos, le decimos al Señor en oración: “Tú sabes por qué pasan las cosas y tú las resuelves mejor”. Amén.

2. Amontonar ascuas en la cabeza v. 20 b. Esta es una expresión extraña de la Biblia. Algunas otras versiones nos ayudan a verlo de otra forma. Así se traduce: “Haciendo esto carbones encendidos pones sobre su cabeza para que se avergüence”. En el texto anterior vimos como Dios finalmente hace las cosas mejor que nosotros.

En este texto se nos propone ayudar a otros cualquiera sea la situación. Cuando ponemos “ascuas de fuego” sobre la cabeza de otro no lo estamos desechando sino ayudando y hasta corrigiendo alguna actitud o postura para el bien del resto.

Si bien es cierto que el contexto tiene que ver con un enemigo, porque queremos su salvación y su acercamiento, cuánto más si esto lo aplicamos en el campo espiritual los unos a los otros.

Si lo vemos de otra manera, eso es que nuestros hermanos son también nuestros amigos, podemos poner las “ascuas de fuego” también sobres sus cabezas con el propósito que ellas enciendan en el corazón de todos el entusiasmo, el gozo y la motivación para un mejor servicio. Pongamos carbón encendido en la cabeza de otros no para avergonzarlos sino para crear un nuevo y grande amor entre nosotros.

CONCLUSIÓN: Pablo nos reveló todos los elementos que hacen posible la unidad en la iglesia cuando dijo: Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos (Ef. 4:1-6).

Mis amados, la unidad de la iglesia la hace el Espíritu Santo, todos nosotros somos llamados a guardarla y preservarla. Amén.

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