viernes, 24 de julio de 2020

La gloria

La gloria del amor de Dios es vista desde el mismo momento de Su elección para con nosotros. Por eso dice Dios a Israel en Deuteronomio 7:6-8:

Porque tú eres pueblo santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el Señor os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres, el Señor os sacó con mano fuerte y os redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto. (Énfasis agregado).

Dios Padre no eligió a Israel como nación para Él por alguna condición inherente en ellos (v. 7), sino simplemente porque Él decidió amarlos y ese amor brotó de Su carácter amoroso y santo. No hubo ninguna otra razón para que esa elección se diera. Y a través del profeta Jeremías el Señor refuerza esta idea y revela algo más: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” (Jer. 31:3b).

El amor eterno de Dios hacia los suyos ha hecho que el pecador sea atraído hacia Él cuando Dios extiende Su misericordia hacia ese ser humano caído. El hombre no busca a Dios como establece la Palabra, en cambio es atraído hacia Dios por Su misericordia como revela Jeremías 31:3 (ver Juan 6:44), por lo que al final de todo, a la hora de dar gloria al autor de la salvación, solo Él, Dios, debe ser glorificado

La gloria de Dios Hijo

Dios Hijo abandonó Su gloria, tomó forma de siervo, se hizo hombre (Fil. 2:5-8); cumplió la ley de Dios a cabalidad, lo cual el ser humano no podía hacer; fue a la cruz en nuestro lugar (Isa. 53:6,9); por medio de Su muerte tenemos redención de nuestros pecados (Ef. 1:7); murió sin pecado (2 Cor. 5:21) y resucitó al tercer día conquistando la muerte (2 Tim. 1:10; Heb. 2:14) y el pecado (1 Cor. 15:55-57).

Al recibirlo como Señor y Salvador, Él nos otorga Su santidad. Al vivir la vida que Él compró para nosotros (Juan 10:10), es justo y necesario que la gloria sea dada solo a Él.


La gloria de Dios Espíritu Santo

Todos nosotros, los que ya hemos creído, estábamos en un estado de mortandad, en delitos y pecados (Ef. 2:1) y sin poder hacer nada por nosotros mismos. Y en esa condición, Dios nos encuentra y nos regenera por medio de Su Espíritu y justamente estando en esa condición “nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados)” (Ef. 2:5).

El Espíritu nos dio vida (Juan 3:1-10; Juan 6:63; Job 33:4). Por tanto, a la luz de Su obra en nosotros, el Espíritu es digno de recibir gloria. Como podemos ver, ciertamente la salvación es del Señor (Sal. 3:8), pero viene a través de la acción de la santa Trinidad.

Es difícil hablar de dar toda la gloria de Dios en nuestra salvación y en nuestras vidas a una generación que ha trivializado a Dios. Hemos querido acercar tanto a Dios hacia el ser humano que lo hemos humanizado.

"Cuando la historia de la iglesia se escriba acerca de este tiempo, a mí no me cabe la menor duda que se dirá que el pecado de la iglesia a final del siglo XX y principios del XXI fue la trivialización del Dios que adoramos."

De ahí deriva todo lo demás. Un Dios trivial no despierta en Sus adoradores una adoración gloriosa. Pablo habla acerca de Dios a Timoteo y le dice que Dios es el único que tiene inmortalidad y que habita en luz inaccesible (1 Tim. 6:16); y el autor de Hebreos lo describe como un fuego consumidor (Heb. 12:29).

Así es Su gloria y nuestra salvación revela mucho de quién es Él. La trivialización de Dios ha producido una teología centrada en el hombre. Decía Joseph Haroutunian (1904-1968), teólogo e historiador de la iglesia que he citado otras veces:

Antes la religión estaba centrada en Dios; antes lo que no conducía a la gloria de Dios era infinitamente pecaminoso; ahora lo que no conduce a la felicidad del hombre es pecaminoso, injusto e imposible de atribuírselo a Dios. Ahora la gloria de Dios consiste en el bien del hombre. Antes el hombre vivía para glorificar a Dios; hoy Dios vive para glorificar al hombre.



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