viernes, 8 de abril de 2016

Orgullo

Lo que anida nuestro ser en lo oculto, en lo más profundo, es el mayor interés de Dios.
porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. (...)” 1 Crónicas 28:9



Muchos se preguntan ¿Porque hay cosas que busco y deseo, pero no puedo recibir de ninguna forma? Y la respuesta, la mayoría de las veces es: porque hay algo mal en nuestro corazón. Dios examina minuciosa y profundamente nuestros corazones, lo que anida nuestro ser en lo oculto, en lo más profundo, es el mayor interés de Dios. Nada le importa tanto a Dios como las actitudes de nuestro corazón. Pienso que esta es una revelación que va a cambiar la vida de muchas personas. No es fácil darse cuenta lo que nos pasa interiormente, pensamos que nos conocemos, sin embargo hacemos muchas cosas malas, que no podemos aceptar o ver claramente que están equivocadas. Él quiere quitarlas, no nos puede usar grandemente, ni bendecir en ese estado. La mayoría de las veces somos víctimas de nosotros mismos.  Nadie más tiene la culpa, nadie puede dañarnos más que nosotros mismos. El libro de proverbios nos muestra esto en dos versos claves:

“Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión;
Pero Jehová pesa los espíritus”. Proverbios 16:2 (RV60)

“Todo camino del hombre es recto en su propia opinión;
Pero Jehová pesa los corazones.” Proverbios 21:2 (RV60)

La palabra peso se puede entender como que hay algo dentro del corazón que debe ser quitado, los pecados en el corazón producen un peso que no es apropiado para Dios, esta carga contaminante es la que impide el fluir de la bendición en una persona. (Dn. 5:27; Núm. 11:14;He. 12:1-2)
Otras versiones cambian la palabra peso, por juzgar. Dios juzga los corazones, mide las intenciones, la nueva versión internacional dice:

“A cada uno le parece correcto su proceder, pero el Señor juzga los motivos”. Prov. 16:2

Hay algo detrás de nuestras palabras y actos que solo Dios puede ver y juzgar correctamente.

El Señor “Juzga los motivos”

Puedes ir a dar una ayuda a alguien, pero el Señor juzga los motivos. Puedes no dar una ayuda a alguien, pero el Señor juzga los motivos. Puedes parecer egoísta o parecer generoso, pero el Señor juzga los motivos. Puedes parecer humilde o parecer orgulloso, pero el Señor es el que juzga los corazones. Solo él conoce profundamente los corazones.

“Más el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. Romanos 8:27

Nos erigimos en jueces de los demás alegando, que debería y que no debería recibir cada uno, pero Dios ve más claro y más profundo que nosotros y él paga a cada uno según sus obras.

En Apocalipsis 2:23 dice: “(...) y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras”.

Pero ¿Cuál es la base de la maldad y el pecado? la respuesta es la arrogancia, que también podemos llamar orgullo o soberbia.

“Altivo, arrogante y escarnecedor son los nombres del que obra con orgullo insolente”. Proverbios 21:24

Recuerda esto: La arrogancia es un sentimiento de superioridad ante los demás. Es creer que somos más valiosos que otros seres humanos. Es no reconocer nuestros errores, es echarle la culpa de nuestros errores a los demás. Es creer que somos imprescindibles, es pensar que podemos siempre hacer todo mejor que los demás y que nadie nos supera, es no querer pedirle ayuda a nadie, es criticar a todo el mundo; porque en el fondo la arrogancia también nos lleva a los celos y la envidia. No se trata de parecer o no parecer arrogante, no se trata de cómo es nuestro carácter o temperamento, no se trata de lo que hagamos o no hagamos. Ni tampoco de lo que sepamos o no. Se trata de lo que somos o no somos en lo profundo de nuestro corazón. ¡¡Que Dios quite la arrogancia de nuestra vida para siempre!!. La soberbia, el orgullo o la arrogancia son la piedra fundamental de todos los demás pecados que podamos cometer. Mientras exista arrogancia, habrá un peso contaminante en nuestra alma.

Debemos temer a Dios con respecto a lo que hay en nuestro corazón. No hay forma de burlar, persuadir, manipular, o tratar de conformar al Señor cuando algo está mal. Para eso, nada mejor que el arrepentimiento y la confesión.

El orgullo no siempre es fácil de detectar, ni en nosotros mismos, ni en los demás. Hay personas que se les nota al instante su soberbia; pero otras, lo tienen más camuflado. Tal vez ellas piensan que son superiores en su interior y tratan de no decirlo, pero tarde o temprano eso se notará en un simple gesto, en una mirada, en una palabra. Es como un olor desagradable que lo podremos tratar de ocultar, pero que escapará por alguna pequeña actitud, en cualquier momento. Dios se encarga que sus hijos sean conforme a la imagen de Cristo, se encargará que todo orgullo en nuestra vida y toda obra procedente de él, sean quebrantados. Dios llama nuestra atención continuamente para que abandonemos el orgullo en nuestro corazón. Pero el orgullo produce ceguera espiritual, de hecho las personas orgullosas, en su mayoría creen no serlo, incluso se creen muy humildes, muy agradables y solidarias.

“Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes”. Santiago 4:6

Puedo llegar a estas conclusiones luego de haber sido quebrado por las circunstancias en muchas oportunidades, Dios se vale de ciertas circunstancias para que podamos quebrar la arrogancia en nuestra alma. Circunstancias que destrozan tu soberbia como una copa de cristal lanzada hacia un suelo de piedra. Muchas veces esas circunstancias se producen delante de los demás y otras veces más íntimamente. La clave para vencer está en querer obedecer a Dios, en renunciar a sentirnos superior o más valiosos que los demás. El orgullo de un corazón arrogante no armoniza nunca con el plan de Dios, por eso, o seguimos su plan, o seguimos el camino de nuestro propio corazón. El orgullo puede estar en personas pobres, ricas, cultas, inteligentes o ignorantes. Nada tiene que ver la pobreza con la humildad.

El orgulloso sufrirá irremediablemente, tendrá consecuencias inevitables. Dios confronta y se levanta contra todo orgullo, nos moldea y nos pule para liberarnos. Aquellos que no quieren someterse y hacer morir su arrogancia, de todas formas serán quebrantados, aunque no para ser transformados, sino avergonzados.  

“Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; Ciertamente no quedará impune”. Proverbios 16:5


“Altivez de ojos, y orgullo de corazón, Y pensamiento de impíos, son pecado”. Proverbios 21:4

La historia de Nabucodonosor es una gran ejemplo de cómo Dios actúa frente al orgullo. El rey tuvo sus oportunidades de arrepentirse y vivir una vida sometida a Dios, reconociendo su grandeza y obedeciendo sus mandamientos. Pero escogió otro camino, Daniel 5:20 dice: “Más cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria”.

El juicio de Dios para el orgullo del rey Nabucodonosor fue que ande con locura como las bestias en el campo durante siete años, luego de los cuales se arrepintió y reconoció humildemente que Dios lo gobierna todo:
“Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia”.  Daniel 4:37 

Indicios de un corazón orgulloso:

1. Cree que sabe todo y rara vez se deja enseñar.
2. No reconoce sus errores, siempre le echa la culpa a los demás.
3. Es rebelde, menosprecia y no respeta a las personas.
4. Cree que no necesita a Dios. Le cuesta orar para pedir ayuda a Dios.
5. Le cuesta pedir ayuda a otras personas.
6. Tiene siempre una actitud crítica hacia los demás.
7. Menosprecia las capacidades de otros. Piensa que siempre puede hacer las cosas mejor que los demás.
8. No sabe escuchar.
9. Tiene la respuesta para todo.

Distintos tipos de arrogancia

Los fariseos eran personas que querían aparentar y hacer alarde de su supuesta espiritualidad, eran personas que no pretendían servir a Dios, sino a su propia vanidad. Hoy pasa igual que con los fariseos, se aparenta piedad, pero no se busca agradar a Dios, sino buscan la gloria y alabanza de los hombres. Son personas que les encantaría subirse a un púlpito para que todos lo aplaudan y lo vean como a una estrella, pero no porque le interese la salvación y el bendicion de los demás, sino por puro ego.

¿orgulloso de mi humildad?

Algunos creen que su escasez o sacrificios los transforman en humildes, pero en verdad es lo mismo de siempre, orgullo disfrazado. Se creen mejores y más valiosos que los demás porque piensan que no necesitan mucho para vivir, o porque se visten sencillos, o porque tiene una personalidad apacible, pero eso no tiene nada que ver con un corazón humilde.

Otros se sienten superiores porque han estudiado y creen que eso les da una especie de valor extra ante sus semejantes. Ante lo ojos de Dios no hay acepción de personas, todos somos tratados como hijos amados y valiosos de igual manera.

Todo nacemos con una cuota de orgullo, por el pecado original, Satanás es movido principalmente por el orgullo y la rebeldía y ese mismo virus espiritual está en la naturaleza pecaminosa de todos. Nadie es libre cien por cien del orgullo, pero es nuestra decisión renunciar a toda arrogancia para morir a la vanidad y dar fruto.

Jesús dijo: “Les digo la verdad, el grano de trigo, a menos que sea sembrado en la tierra y muera, queda solo. Sin embargo, su muerte producirá muchos granos nuevos, una abundante cosecha de nuevas vidas”.  Juan 12:24

Este versículo es muy profundo, pero nos habla de que cuando morimos al pecado, al orgullo y decidimos vivir con la fe en Jesús cada día la vida el Espíritu Santo podrá manifestarse en nosotros y ser de utilidad para que muchos sean salvos y bendecidos.

Para tener un corazón como Cristo debemos superar con humildad y fe toda adversidad, aceptar nuestras limitaciones y nuestra condición de ser humano creado por Dios para ser personas de obedientes, y no creernos ni sentirnos nunca mejores o superiores a los demás. Cada uno tiene talentos que Dios le proveyó, y si confiamos plenamente fluirá la gracia en nuestras vidas. Pero mientras ese orgullo no sea tratado, ni puesto en la cruz; ni el favor, ni el poder, ni la exaltación de Dios fluirá en nuestras vidas. Es tan simple como decir: En mis propias fuerzas no podré con todo, pero todo lo puedo en Cristo que me fortalece y separado de Él nada ungido y grande podré hacer. 


“Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo conoce de lejos”. Salmos 138:6


Te voy a dar una oración modelo para que puedas confesar y romper la atadura del orgullo:

“Señor Jesús hoy decido renunciar a todo orgullo en mi corazón, declaro que sin ti nada soy, que sin tus fuerzas no podré lograr grandes cosas. Renuncio a creerme superior y más valiosos que los demás, rompo la atadura del orgullo en mi corazón en el nombre de Jesús. Confieso que solo con tu gracia y poder llegaré a vencer todo obstáculo. Te doy toda la gloria por todo lo bueno que pase en mi vida. En el nombre de Jesús. Amén”.

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