miércoles, 1 de mayo de 2013

Dios no tiene la culpa


Cuando no sabemos procesar lo que pasa en nuestras vidas, y no analizamos con responsabilidad y con una mente correcta, a través de la Palabra, lo primero que nos preguntamos es: ¿Por qué Dios permite esto, si es tan bueno? ¿Por qué a mí?  ¿Será que estoy haciendo algo mal, estoy pecando y es un castigo?  Comenzamos a torturar nuestra propia alma, y lo más que estorba en la vida es vivir un infierno en la mente. 
Muchos le temen al infierno, pero se acostumbran a vivir con el infierno en su mente. Su mente no descansa, lo único que hace es preocuparse, pensar y pensar.  Se desconectan, echándole la culpa a Dios y viven en ese estado mental que no permite vivir en la gracia de Dios.  Y hay un gran peligro si no resuelves este problema.
En Rut 1:20, vemos una mujer que, junto a su familia, se muda del lugar que Dios había determinado para ellos, esperando mejores oportunidades.  En este lugar mueren su esposo e hijos y se queda con sus 2 nueras, y regresa al lugar del que nunca debió salir.  Cuando la reciben, la gente le llama Noemí, que significa placentera, y ella les dice no me llamen Noemí (placentera), llámenme Mara porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.
En vez de reconocer que estaba en crisis porque tomaron una mala decisión, le echa la culpa a Dios.  Lo que hace un alma perturbada con una raíz de amargura en su interior, es cambiar su identidad basada en sus experiencias, en vez de cambiar sus experiencias basadas en su identidad.  Comienza a adoptar las experiencias como lo que “yo soy” en vez de que el “yo soy” cambie lo que está viviendo.
Muchos reaccionan de esta manera en momentos difíciles.  Aún cuando vienen a la casa de Jehová y escuchan una palabra de bendición, lo ponen en duda porque entienden que es Dios el culpable de las malas decisiones.  Esto es un arma del enemigo que pone pensamientos negativos para alejarte del propósito de Dios.
Lo que sucede en las personas que tienen la mente afligida, preocupada, pensando todo el tiempo en lo mismo es que no saben manejar las circunstancias adversas en sus vidas y le echan la culpa a Dios.  Comienzan a decir que no hay nada placentero, bonito, en sus vidas.  Cambian su identidad por las circunstancias, en vez de cambiar las circunstancias por su identidad.  Cuando Moisés se enfrentó a Faraón, Dios le dijo vas a ir en el nombre del “Yo Soy”.
No hay razón para culpar a Dios.  Sólo hace falta que sepas quien eres en Cristo y pararte ante la crisis, ante el problema y decir: Esto es lo que yo soy; soy lo que Dios ha dicho, Él me ha hecho un príncipe, una princesa, yo soy real sacerdocio.  No importa lo que la gente diga o piense, ya sea que tenga mucho o poco, no importa lo que las circunstancias adversas dicten; yo soy lo que soy porque es la gracia de Dios la que me sostiene.
Las personas con la mente afligida, amargada, miran lo que Dios hace por otros que aun no ha hecho con ellos.  Esto es un peligro porque los saca de carrera.  Un ejemplo de esto lo vemos en la biblia con Jonás quien le cuestionó a Dios: ¿Me vas a enviar a gente que no tolero, para decirles que tú los perdonaste?  Muchos están escondidos furiosos en la barriga del gran pez porque están furiosos de cómo Dios ha perdonado y bendecido a  otros.
¿Cuándo fue la última vez que realmente te alegraste porque otros han recibido lo que tú tanto anhelas?  Te preguntas ¿por qué ellos y yo no? Los problemas han sido tan fuertes que han estado deteriorando tu mente, tus emociones y tu espíritu.   Hasta has pensado que la situación que estás viviendo es castigo de Dios y no has podido ver las soluciones a tus problemas. 
Es necesario que tú entiendas que las circunstancias que estás viviendo no deben cambiar el nombre ni la identidad que Dios ha puesto sobre ti.   Hay propósito en tu vida, a pesar de que las circunstancias aparenten decir lo contrario. 

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