jueves, 10 de mayo de 2012

¿¿Ansiosa??


Hay más mujeres ansiosas que hombres. Esta diferencia puede deberse a que las mujeres están más expuestas a la ansiedad por las condiciones adversas a las cuales se ven sometidas: sobrecarga de trabajo en el hogar y fuera de él, discriminación por su género, violencia intrafamiliar, soledad en la crianza de los hijos y vulnerabilidad social, psicológica y biológica durante los años fértiles, la cual se acentúa, por ejemplo, en la perimenopausia.
La ayuda contra la ansiedad existe y es muy acertada. Para encaminarla al encuentro de esa ayuda nos gustaría animarla y ofrecerle dos opiniones relacionadas con esta situación: a) Hay principios bíblicos para enfrentar la ansiedad que pueden serle de gran ayuda. b) La ansiedad o angustia no es pecado, pero sí puede producir reacciones pecaminosas. Si no se trata correctamente, puede anular el desarrollo de una persona, lo cual sí es muy serio.
La ansiedad puede definirse como un estado desagradable de temor caracterizado por un sentimiento de alerta, de estar en guardia, vivido como anticipación de algo que se cree está por suceder pronto.
Todos los seres humanos experimentamos en algún momento de nuestra vida esa sensación con variantes de intensidad. El problema se da cuando la ansiedad se prolonga, pues no permite a la persona llevar una vida normal. Se debe diferenciar la ansiedad producto de una situación estresante de la ansiedad como trastorno. Se dice que una paciente sufre de «trastorno de ansiedad generalizada» cuando los síntomas se prolongan más tiempo de lo normal. Según la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), si los síntomas se conservan durante la mayor parte de los días, durante más de tres semanas consecutivas, es trastorno. Otros especifican que tienen que mantenerse seis de los síntomas durante no menos de seis meses para clasificarlo como tal.
Los síntomas más comunes asociados a un estado ansioso pueden ser los siguientes:
· Tensión muscular manifestada por dolor de cabeza, incapacidad de relajación, agitación y dificultades para conciliar el sueño.
· Hiperactividad del sistema nervioso manifestada por sudoración, palpitaciones, molestias estomacales, dificultad en la respiración y sequedad de boca.
· Aprensión, preocupaciones y dificultad en la atención y concentración.
¿Cuál es, entonces, la ayuda acertada para enfrentar la ansiedad? Para responder nos enfocaremos en una crisis de ansiedad intensa, pero que no es trastorno.
¿Quién no ha escuchado alguna de las siguientes frases en momentos cuando parece que todo se sale de nuestro control?: «La situación no va a cambiar, no queda más que hacerle frente...» «Tal vez deberías orar más...» «Todo va a salir bien, después de la tormenta viene la calma...» «Después de todo, es mejor sola que mal acompañada...». Si bien es cierto esas palabras pueden darnos algún alivio, también pueden hacernos sentir culpables o llevarnos a reprimir nuestros sentimientos. 
Reprimir lo que sentimos no nos ayuda a vivir en la situación angustiante. Esos sentimientos forman parte de nuestra humanidad. El ejemplo insuperable es nuestro Señor Jesucristo, quien vivía en relación íntima y permanente con Dios. La experiencia de él en el Getsemaní —narrada por Mateo, Marcos y Lucas en sus evangelios (Mt 26.36–46 y 51–54; Mr 14.32–42 y Lc 22.39–46)— nos permite analizar cómo se puede enfrentar la angustia (ansiedad intensa). En el caso específico de Jesús pueden observarse cinco elementos importantes:
1. Reconoce que sufre una crisis de angustia. En las tres narraciones hay varias frases que nos orientan a conocer la clase de angustia que nuestro Señor sufrió en aquella ocasión: «comenzó a entristecerse (en Marcos: «afligirse», que en el idioma original es: «sentir pavor») y a angustiarse», «mi alma está muy afligida (en el idioma original: «tristeza profunda»), hasta el punto de la muerte». Este tipo de ansiedad se presenta en un episodio de gran intensidad. Él acepta que está en angustia. Tiene muchos sentimientos encontrados: pavor, tristeza profunda, angustia… Según como el mismo Señor la describe, es tan aguda su aflicción, que siente que va morir por ella. No se refiere a la muerte de cruz que bien sabe pronto sufrirá.
Muchos cristianos creen que el vivir en Cristo vuelve la vida color de rosa, y por tanto, el sufrimiento debe de ser ajeno a su vida. La falsa idea de que un líder no puede sufrir vulnerabilidad, llanto, desánimo ni sentirse mal, puede llevarnos a reprimir nuestros sentimientos y a utilizar caretas. Si no aceptamos que tenemos angustia no podremos enfrentarla.
2. Busca acompañamiento. Observe las frases incluidas en los textos de Mateo y Marcos: «tomando consigo a Pedro y a los hijos de Zebedeo», «quedaos aquí y velad conmigo». Las citas anteriores demuestran que Jesús no ocultó sus sentimientos a sus amigos más íntimos. Esto nos reta a nosotras, las mujeres, a aprender a tener amigas con quienes externar nuestras luchas más profundas e íntimas, pues en ellas podremos encontrar el apoyo requerido. Y aunque tal vez ellas no expresen palabra alguna, con un abrazo, una palmada o una simple lágrima que brote de sus ojos nos acompañarán en la tristeza o en el dolor y harán una diferencia en nuestra vida. No es saludable para quien está en una crisis de ansiedad o angustia permanecer sola.
3. Depende de Dios. «Adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo…». En la cita podemos notar tres acciones importantes de Jesús en esa situación de angustia: buscó estar a solas con Dios, depositó su carga sobre Su Padre y oró específicamente por su necesidad buscando la voluntad del Padre: «no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras». La lección por aprender es que Jesús, aunque buscó la compañía de sus amigos más íntimos también se acercó a su Padre en una forma más personal e íntima. Él era consciente de que necesitaba un tiempo a solas con su Padre para desahogarse y sobre todo, para depender de él, confiar en él, porque estaba seguro de que Dios tendría el control de la situación. De igual manera nosotras podemos depender de nuestro Señor, aunque en nuestra humanidad no entendamos cómo puede él llevar nuestras cargas y dolores. Depender de él es reconocer que somos débiles, es admitir que nos sentimos desprotegidas, que estamos atrapadas, sin salida.
4. Recibe fortaleza divina. «Se le apareció un ángel del cielo fortaleciéndole». Después de esa frase, Lucas afirma que el Señor estaba «en agonía, oraba con mucho fervor y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre». Con esta secuencia se nota fácilmente que hay una relación entre fortaleza y agonía. La palabra agonía significa «conflicto», «tensión», «concentración de facultades», es la lucha que se libra por alcanzar una meta. Es decir, la fortaleza en tiempo de angustia se vuelve fundamental para concentrar todas las fuerzas a fin de discernir lo que hemos de pedir y cómo hemos de actuar. La angustia puede propiciar un sinfín de tentaciones, pero si tenemos la fortaleza del Señor, podremos pelear contra ellas y mantener la lucidez para pensar y actuar correctamente. Es una lucha entre voluntades, la nuestra —impregnada de deseos engañosos— y la del Padre. Por supuesto que este esfuerzo deja un gran agotamiento mental, emocional y físico (por eso, en circunstancias de ansiedad se recomienda el uso de suplementos de vitaminas o reconstituyentes, por ejemplo un complejo de vitamina B, bajo supervisión médica).
5. Ejerce dominio propio. La dependencia de Jesús se hace evidente en su arresto. En Mateo 26.52–54, cuando Jesús confronta a Pedro por su reacción, pueden observarse tres principios esenciales para tener dominio propio, el cual es vital para enfrentar la angustia: Primero le pide que «vuelva su espada a su sitio». Las situaciones no se controlan empleando la violencia ni otros métodos que dañen la integridad física o psicológica de los demás. Muchas mujeres en ansiedad presentan serios descontroles, se vuelven agresivas de palabra y físicamente, lo cual agrava su situación y las aleja de la posibilidad de un respiro. Luego, teniendo en cuenta su condición de Hijo, le pregunta «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre … pondría a mi disposición ahora mismo…?». No debemos tomar ventaja deshonestamente de ningún privilegio que tengamos para salir libradas de una situación de angustia. Es deshonesto que no nos importen las consecuencias eternas de nuestras acciones. Esto definitivamente no es dominio propio. Pablo en Filipenses 4.6–8 anima a sustituir el afán (que no es ansiedad, sino producto de la misma) por la dependencia de Dios, y asegura que el resultado será una paz incomprensible que protegerá nuestra voluntad y nuestra mente en Cristo. Entonces tendremos pensamientos capaces de dirigir una conducta sabia en situaciones de angustia; no seremos ni agresivas ni deshonestas. Por último, lo cuestiona de tal forma que lo obliga a prestar atención al resultado eterno de sus acciones: «¿Cómo se cumplirán entonces las Escrituras?». Es menester preocuparnos porque los planes de Dios avancen y por dar testimonio de la fidelidad de Su Palabra. Solo así, podremos concentrar nuestra atención en cumplir la voluntad de Dios.
La ansiedad puede generar males de todo tipo, especialmente si somos nosotras quienes llevamos nuestras cargas y no el Señor. Gastritis, problemas cardiacos, tensión arterial elevada o peores malestares pueden llegar a maltratar nuestros cuerpos y hasta convertirse en enfermedades crónicas o en patologías difíciles de tratar. Pero las consecuencias no solo afectan nuestro ser integral, también la irritabilidad que produce la ansiedad no controlada nos hace hablar de manera precipitada y generalmente herimos o descargamos nuestra frustración en los que nos aman.
Identifiquemos las fuentes de tensión en nuestra vida. Así como pueden ser problemas agudos o extremos, pueden ser asuntos «triviales». El deseo de adquirir algo para nuestra casa que no es indispensable, sentir que no entregaremos a tiempo un trabajo, etcétera, pueden ser fuente de tensión. No importa cuál sea la situación, lo substancial de todo el asunto es entender que ninguna de las aflicciones deberá controlar nuestra voluntad y mente. Se nos ha dado el Espíritu Santo que puede producir en nosotras dominio propio, si se lo permitimos (Gá 5.23, 2 Ti 1.7, 2 Pe 1.6). Sí, Dios tiene control de las circunstancias, pero nosotras debemos tener control de nuestra mente y voluntad con el dominio propio que Él produzca en nosotras. Así que, en cuanto a lo que a nosotras corresponde, organicemos el tiempo, marquemos prioridades y tracemos un plan lógico y razonable que nos permita alcanzar las metas trazadas en Cristo. Solo así, podremos controlar las ansiedades y enfrentar los problemas. Descansar en Dios implica actuar en él

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