jueves, 28 de abril de 2016

Gracia

Alto

Amor de Dios

No hay nada que puedas hacer para que Dios te ame más. Y tampoco podes hacer nada para te ame menos. Dios nos Ama por su misma esencia. Ningún esfuerzo humano produce más o menos amor de su parte hacia nosotros.
Su amor no está relacionado a nuestra condición. El es Amor, y nunca podrá cambiar su propia naturaleza.
Dice Job 42:5-6 (TLA) “Lo que antes sabía de ti era lo que me habían contado, pero ahora mis ojos te han visto, y he llegado a conocerte. Así que retiro lo dicho, y te ruego me perdones”
Este pasaje de Job, encierra un poco nuestra falta de comprensión cabal de lo que es Dios y lo que significa su verdadero amor hacia nosotros.
He llegado a esta conclusión: el cristiano en su gran mayoría desconoce el amor de Dios. 
No conocer ese Amor, ha producido un sinfín de caídas y falsas imágenes en cuanto a lo que Dios piensa de nosotros. Como también, nos ha llevado a creer que ese mismo amor, acepta y permite todo. No es ni una cosa, ni la otra.
¿Por qué es importante conocer el verdadero significado de Su Amor?
Conocer Sig.: Comprender por medio de la propia experiencia. Tener trato o relación.
Ahora, este significado, es solo el inicio para el conocimiento. Es decir, esto nos adentra a tener una profundidad del conocimiento de Su Amor y cómo Su Amor actúa en nosotros.
Cuando Job expresa “He llegado a conocerte…” La palabra conocimiento aquí es más profunda que la que ofrece el diccionario, la palabra conocer deriva de dos palabras “Ginosko” y “Eidon”.
Ginosko significa: Tomando conocimiento. Es decir, desarrollando gradualmente el conocimiento.
Eidon significa: Conocimiento en tiempo presente. Es decir, conocer absolutamente.
Entonces ¿Cuál sería la diferencia entre estas dos palabras? Ginosko sugiere un progresar en el conocimiento, en tanto que Eidon habla de haber logrado una plenitud en el conocimiento.
Esto lo demuestra Juan 8:55 “Pero vosotros no le conocéis (Ginosko, esto es, empezando a conocer); mas yo le conozco (Eidon, es decir, Conocer Perfectamente)…”
Por lo general hemos conocido su amor a través de una institución, que nos enseño como es “teóricamente” Su amor, pero la realidad y los frutos demuestran que no hemos conocido su amor a través de la intimidad.
¿Qué produce no conocer su amor a través de la intimidad? Que en algún momento determinado, frente a alguna situación difícil en particular, lo primero que haremos es, dudar en su amor.

Cuando dudo de su amor, por causa de la falta de conocimiento, le da lugar al temor. Sin embargo, si conociera de su amor entendería lo que dice 1 Juan 4:18 “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”
¿En qué amor debo ser perfeccionado? En el perfecto amor. ¿Qué significa perfecto? que no posee defectos. Ya concluido en su totalidad. Que posee lo mayor de la excelencia.
¿Cuál es el perfecto amor? Dios. En otras palabras, es Dios perfeccionado en nosotros para que podamos disfrutar y comprende de su amor. El temor atrae castigo, su amor produce totalidad, cambios y excelencia.
Las mentiras que asimilamos sobre el amor de Dios
Debo entender esta verdad inconmovible: Dios no ama como ama el hombre. Justamente el diablo usa nuestra inmadurez y nos hace creer esto. Pero nunca Dios amará como ama el hombre, porque Él es Amor.
Mentira uno: Su amor es temporal. Es decir, muchas personas sienten que Dios no las ama como antes. Esta deducción la sacan relacionándolo con aquello que les pasa. Dependiendo de ciertas circunstancias depende el Amor.
Mentira dos: Dios ama más a otros que a mí. Esta es una de las mentiras más comunes. Por lo general nace en la comparación y en el complejo. Para ser libre de esta mentira, se nos tiene que revelar que Dios es Padre. (Dar mi ejemplo, nacimiento de mis hijas)
Mentira tres: Su amor depende de mi comportamiento. Jamás Dios cambiara Su amor por mí a causa de lo que hago o lo que hice. Jamás. Esto lo demuestra 1 Juan 4:19 dice “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”
Aprenda esto: Si su amor dependería de nuestras acciones o pecados. Entonces esta palabra no podría ser real. Hoy lo amamos porque Él nos amó. Y cuando nos amó paso por encima de nuestras debilidades. Dios quiere perfeccionarte en ese amor.
Que Dios se enoje, no significa que no te ame. Porque Su amor es permanente. Dice Jeremías 31:3 (PDT) “Con amor eterno te he amado y por eso te sigo mostrando mi fiel amor”
Dice Isaías 43:25 “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados…”
Cuando uno comienza a sumergirse a través de la revelación de su amor, comienza a dejar la condenación, para fortalecerse en el Señor.
Esta palabra no habla que Dios está de acuerdo con que practiquemos el pecado. Esta palabra habla de una oportunidad, es decir, Dios conoce que no podes salir de una situación en particular y por amor, Él está dispuesto a darte una oportunidad de olvidarlo. Solo para que puedas desarrollar mayor conocimiento de lo que su amor es.
Esto no lo puede comprender el diablo, como Dios no te condena, sino que te abraza.
Dice 1 Pedro 4:8 “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados”
El amor de Dios siempre oficiará de cobertura. La palabra “cubrirá” no habla de “tapar” pecados. Habla de tener la madurez para ver más allá del pecado, para restaurar el corazón. Esto es lo que hace Dios. Por supuesto que según sea el pecado, habrá disciplina, pero la disciplina doctrinal no es la misma que la disciplina del amor de Dios.
Dice Isaías 38:17 “He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados.”
Otras versiones dicen que Dios uso la aflicción para cambiarla en alegría y librar de la muerte. Poniendo tras sus espaldas los pecados.
No busques lo que Dios ha puesto detrás. Porque de allí nunca más podrá salir. Al ser sumergidos en su amor, podemos entender que ninguna situación cambia lo que Dios piensa de mí.

Confía

Hebreos 3:7

El amor

La felicidad

Salmo 77:2

Plan

sábado, 23 de abril de 2016

Creación

Dios poderoso

Dice 1 Corintios 2:9 (NVI) "Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman…

En el momento que nosotros dejamos de tener la adrenalina de lo inusual, comenzamos a convertir una vida de Reino en una vida teológica religiosa. 

¿Qué nos produce una vida teológica religiosa? Mata todo aquello que escapa del control de la razón. Tiene conocimiento pero no Experiencia y habla de algo que no puede vivir. Porque lo inusual viene por vías de la Fe y no del simple conocimiento de las escrituras.

La maldición de heredar una costumbre y no una revelación
¿Por qué nos cuesta creer en lo inusual? Porque la mayoría de las personas que están en una iglesia, han recibido de parte de sus cabezas espirituales costumbres, pero no revelación.
Entonces cuando los años pasan, practicamos cosas que aprendimos y vimos practicar a los de arriba, el tema es que esto produce dos caminos, es decir, a través de los años o quedo en esa costumbre creyendo que es lo que Dios quiere para mí, o empiezo a tener hambre de que hay otra cosa, de que hay algo más.
Jueces 6:11-13 (NTV) "Después el ángel del Señor vino y se sentó debajo del gran árbol de Ofra que pertenecía a Joás, del clan de Abiezer. Gedeón, hijo de Joás, estaba trillando trigo en el fondo de un lagar para esconder el grano de los madianitas. Entonces el ángel del Señor se le apareció y le dijo: ¡Guerrero valiente, el Señor está contigo! Señor, respondió Gedeón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Y dónde están todos los milagros que nos contaron nuestros antepasados? ¿Acaso no dijeron: "El Señor nos sacó de Egipto"? Pero ahora el Señor nos ha abandonado y nos entregó en manos de los madianitas."
Gedeón estaba frente a algo inusual. Sin embargo aquí debemos destacar algo, lo Usual, es decir, lo común le tenía atrapado su mentalidad. ¿Cómo sabemos esto? Por las preguntas de Gedeón.
Gedeón hablaba como le hablaron y demostraron sus padres y sus abuelos. Esta es la tipología de gente que recibió costumbres tan fuertes, que ni siquiera creen en lo inusual de Dios. Están atados a un programa religioso o a métodos para mover a Dios pero no pueden mover a Dios. Es decir, creen que Dios siempre hace lo mismo. Hablan de maravillas pasadas, pero se quejan de que Dios ahora no hace nada.
¿Dónde vivía Gedeón con su familia y todas las familias? En cuevas, por miedo a que le roben las cosechas. Desde una cueva no se conquista las cosas extraordinarias del Reino.
Cuando la situación, apaga lo inusual, tus preguntas, se convertirán en dudas, que no te permitirán ver a Dios. Vas a tener que salir de las cuevas para encontrarte con un Dios inusual.
Debemos desafiar la costumbre, para dejarle a las próximas generaciones las manifestaciones de un Dios inusual.
¿Qué significa lo inusual?
Algo que no es Usual, infrecuente. Que no ocurre cotidianamente. Algo inesperado.

¿Por qué nos cuesta tener una vida Inusual? Porque nos da temor. Lo inusual es por fe, y como no hemos recibido respuesta en muchas cosas que hemos esperado, generalmente el temor atrapa nuestra Fe y tenemos una inclinación a los seguro, a aquello que consideramos probable. 

Si no estás dispuesto a salir de la inclinación por lo seguro, entonces no estás listo para tener una vida sobrenatural.

Lo inusual de Dios en tu vida te potencia para desafiar lo seguro, te convierte un atrevido que hace cosas que para otros son una locura, pero los resultados terminaran siendo el testimonio de la Gloria de Dios manifestada.
Esperando lo inesperado para la carne, pero sí para tu espíritu
Mire esta locura, Lucas 19:1-9 "Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham."
Ni Zaqueo, ni la gente pudo imaginar las palabras de "….Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa"

Quizás para Dios sea necesario bendecirte, entrar e irrumpir la realidad que estas pasando, pero por la falta de no abrazar lo inusual, nada ocurre.

¿Por qué Jesús dijo que era necesario entrar a la casa de Zaqueo? Por dos cosas.

La primera, porque él era un hijo de Abraham, es decir, Jesús vio en Zaqueo Fe. Nadie vio eso, ni siquiera Zaqueo mismo, ni la gente, ni los padre. Pero esto deja una enseñanza: Dios por lo general, termina teniendo por necesario aquello que el hombre le quita valor.
Lo segundo, aquella persona que era desechada, odiada, considerada como un pecador, terminó haciendo algo inusual. Dio la mitad de sus bienes y les dió cuatro veces más a los que estafo.
Generalmente cuando Dios hace algo, no lo comprendemos. Es inusual para nuestra lógica. Pero al final, lo que viene para los que creen, es mayor. Prepárate a ser impactado por lo Inusual de Dios.

Cielo

La fe

Amor

No creó

Nadie

Jeremías 29:11

Propósito

Escudriñad

viernes, 22 de abril de 2016

Declárate fortalecido

En la Palabra leemos que debemos tener humildad porque la vida es como neblina que aparece y desaparece, y la muerte puede sorprendernos en cualquier momento. Sabemos que morir es uno de los misterios más grandes. Sin embargo, todos tenemos dos cosas en común: moriremos y no nos llevaremos nada. Es bueno recordarlo porque a veces vivimos como si nunca moriremos y como si nos llevaremos todo porque buscamos atesorar en vez de compartir y disfrutar de lo poco o mucho que tenemos. Así que vale la pena tener presente que la vida terrenal es pasajera, por lo que debemos estar listos para dejarla en cualquier momento. Hay que adornar con flores los corazones, no los panteones.
Sabemos que hay un tiempo para todo en la vida. La Palabra lo dice claramente. Cuando nace un bebé hay regalos y felicidad, es un tiempo hermoso, pero también tendremos que hacer tiempo para morir y Dios nos conceda que lleguemos a ese momento lo mejor posible. El Señor dijo que nos prepararía morada en el cielo, así que Él nos está esperando. Cuando el mártir Esteban fue apedreado, se abrieron los cielos y Jesús no estaba sentado en Su trono, sino de pie para recibirlo con los honores que sabe darle a quien le sirvió y le honró. Claro que todas las personas que lo han aceptado serán recibidas, pero Él tiene galardones especiales para quien lo sirvió. Jesús nunca dejó de servir, incluso ante la persecución y la muerte, ¿por qué dejarías de servir por alguna pequeña incomodidad? ¿Acaso te cambias de trabajo porque te exigen demasiado? No seas tan delicado, no dejes tu grupo porque alguien te hizo una mala cara. A pesar de todo hay que servir al Señor para que nos reciba de pie en el cielo.
Frente a la muerte nos cuestionamos ¿por qué sucede esto? Pero lo cierto es que la muerte alcanza a todos. El rey Salomón nos dice que es vanidad lo que atesoramos como la sabiduría y la riqueza, porque no sabemos qué sucederá con todo eso luego de morir. La muerte es dolorosa porque la vida continúa para los que quedamos, por más que guardemos luto, es inevitable seguir adelante. Si tienes a Jesús en tu corazón, morir es una celebración.
Así que el consejo es que ante la muerte y la incertidumbre de lo que sucederá después, frente a las situaciones que parecen injustas, hay que confiar en el Señor. Debemos vivir felices porque lo demás es vanidad, es decir, injusticia. Dios nos dejó una vida eterna para disfrutarla allá, pero esta hay que apreciarla acá. Sé generoso, obsequia a tus seres queridos. Sería vanidad no gozar de la risa de tus hijos y de tu esposa. Lo más hermoso es pasar tiempo con la gente que amas. Lo importante no es cuánto vivimos sino cómo vivimos, por supuesto que en santidad y esforzándonos por ser correctos. Vive de acuerdo a los principios bíblicos de disfrutar cada momento. ¡Ve y hazlo! Salomón dijo que escogió la alegría. Vive para que te extrañen, no solo para que te recuerden. Incluso se recuerda a Hitler, pero nadie lo extraña. Hay algunos a quienes nadie extraña, siempre criticando, señalando y nunca alabando, todo el tiempo corrigiendo, no felicitando. Evita esa actitud amargada, dedícate a provocar una sonrisa en el rostro de las personas que te rodean.
Si sabemos que somos justos y vivimos una situación dolorosa, hay que aceptarla, no le busquemos explicación. Así decía Salomón, hay cosas que no deberían suceder, pero suceden, simplemente sigue adelante. Seguramente es doloroso y triste, pero no podemos detenernos a cuestionar, solamente alaba al Señor y continúa. La muerte es parte de la vida y debemos aceptarla con esperanza.
En mi familia hemos enfrentado dolorosas pérdidas. Un hermano de Sonia murió en un accidente de aviación. Sin embargo, a partir de su muerte, toda su familia conoció al Señor y tiempo después, ella y yo nos conocimos en la iglesia. Así que se cumplió el verso de Romanos 8:28  que dice que todo ayuda a bien a los que aman al Señor. Cuando mi prima falleció, su hija Andreíta vino a vivir con nosotros, ahora es otra hija para Sonia y para mi, su vida nos llena de alegría, pero la situación se dio a partir de una dolorosa experiencia de muerte. A pesar de todo, por amor a los demás hay que vivir lo mejor que podamos. Dile al Señor: “El día que muera iré contigo, mientras tanto, viviré con amor y alegría”.
Si perdiste a un ser querido y estás triste, vive tu proceso, llora lo que sea necesario porque llegará el día que dejarás de hacerlo ya que Dios puso en nosotros ese espíritu de sobrevivencia y de superación del dolor. Que no te confundan los momentos difíciles, no pienses que los justos no deben sufrir porque en la Palabra dice que hay personas buenas que enfrentarán situaciones como si fueran impía y viceversa. Mejor acepta lo que venga con fe y pide fortaleza al Señor en todo momento, porque mayores galardones hay para quienes confían en Él y le sirven con alegría todos los días de su vida. Declárate fortalecido por Su amor, acepta Su consuelo y alábale siempre. 
Versículos de referencia
1 Santiago 4:13-15 dice: ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.
2 Eclesiastés 3:1-8 comparte:  Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. (...) 3 Eclesiastés 3:19-22. Eclesiastés 8:14 1 Tesalonicenses 4:13-14

Disfrutar

Rendirte

Feliz

En la vida

Buenas noches

Pareja

El silencio

Libraré

Vive hoy

jueves, 21 de abril de 2016

Miqueas 6:8

Dios llama

Un llamamiento de Dios es ese momento en el tiempo en que Dios capta nuestra atención, enviándonos un mensaje personal, específico.
Si hoy usted recibiera una llamada, de quien usted mismo escogiera, ¿de quién sería? ¿Por qué desearía hablar con esa persona en particular? ¿Sería por qué usted tiene cierto afecto por ella, por qué la ha admiro por mucho tiempo, por qué quiere alguna información en particular o quizás solo porque en realidad ama a esa persona? ¿Por qué quisiera hablar con ella? ¿De qué quisiera hablar? Si pudiera hablar con alguien usted quisiera, recibir una llamada de alguien que usted escogiera, ¿de qué hablarían en esa conversación?. El día de hoy quisiera hablar de un llamamiento, que es el llamamiento más importante que usted y yo recibiríamos en la vida. Y quisiera decirle que este es un mensaje sumamente serio, toda persona que está presente aquí lo recibirá de parte de Dios. Y quizás diga “A mí jamás me ha hablado Dios” Pero hoy él le hablará. A muchos de ustedes les hablará como probablemente antes jamás lo ha hecho y terminarán siendo personas distintas porque sabrán que han oído que Dios les habla al corazón, que no han oído un hombre sino a Dios hablarle al corazón acerca de su vida, su vida presente y su vida futura. Así que quisiera hablar de todo este asunto, cuando Dios nos llama.
En 2 Timoteo 1:8-11 dice “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles”.
Si alguien nos preguntara ¿Qué es un llamamiento de Dios? Escuche atentamente, un llamamiento de Dios es ese momento en el tiempo en que Dios capta nuestra atención, enviándonos un mensaje personal, especifico, un mensaje que requiere ya sea una decisión o una acción de nuestra parte.
Lo cierto es que cada creyente aquí presente lo ha oído de Dios, hemos oído el llamamiento de Dios, por eso estamos aquí. Casi todos sin duda han escuchado el llamamiento de Dios.
Quisiera hablar de los aspectos del llamamiento de Dios porque no conozco nada que sea más serio en la vida que darse cuenta de que el Dios soberano del universo nos ha enviado a usted y a mí un mensaje o mensajes personales y específicos con la intensión de que tomemos decisiones o cumplamos un propósito o su voluntad para nuestras vidas o que actuemos de manera que armonice con su propósito para ellas.
Hay varias cosas en cuanto a su llamamiento, por ejemplo, siempre son específicas, Dios jamás dice en general quisiera que hagas lo siguiente, sino que nos llama muy específicamente. En segundo lugar esos llamamientos son siempre personales, Dios no dice: “todos ustedes”, y no solo no dice eso sino que no expresa deseos ni anhelos, sino que mandatos, da órdenes y hace llamados. Y nos llama asimismo  a que nos acerquemos a él.
Así que a pensar en un llamamiento de Dios, ¿Quién es el que hace el llamamiento? El Dios omnipotente. Así que quisiera que pensemos en cuan serio es esto. Ya que al pensar en si en un llamamiento de Dios lo divido en tres categorías porque es así como creo, conforme a las escrituras que sin duda es como Dios llama. Y al dividir estos llamamientos esta es la forma, creo yo de las escrituras, al haber visto como Dios opera en las vidas de las personas y creo que hay un llamamiento triple. Así que si alguno dice ¿acaso Dios me ha llamado? Lo más seguro es que sí.
El primer llamamiento es para la salvación. Eso quiere decir que ¿ya paso una vez? No, puede llamar muchas veces pero su primer llamamiento es para salvación.
En Mateo 11:28 dice “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” También en Lucas 5:32 dice “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” Cuando el apóstol Pablo predico en Atenas dijo “Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan” Y por ejemplo si vemos en la biblia en 1 Timoteo 6:12 dice “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado” Dios llama y envía un mensaje especifico a la gente para ayudarles a entender que son pecadores, separados de él, perdidos eternamente sin él y ese es un llamamiento para recibirle por medio de Jesucristo como su salvador personal.
El primer llamamiento de salvación, es el llamamiento por el cual Jesucristo fue a la cruz, es el llamamiento más costoso en la historia humana, porque le costó a Dios su hijo unigénito.
Hay un segundo llamamiento, el llamamiento a la santificación, por ejemplo, en el capítulo 4 de 1 Tesalonicense, la biblia dice que la voluntad de Dios es que usted y yo vivamos una vida santificada. La voluntad de Dios es nuestra santificación y dice que no nos ha llamado a inmundicia sino a santificación; ser santificado quiere decir ser apartado por Dios, para Dios.
Pero Dios no está satisfecho solo por la salvación, quiere una vida santificada, una vida piadosa, quiere que andemos en presencia del poder y reconocimiento del Espíritu Santo en nuestras vidas, a fin de que Dios pueda expresar su naturaleza divina por medio de nosotros.
¿En qué consiste la gracia de Dios? La declaración de Dios es, yo sé que no serás perfecto, sé que no puedes ser perfecto, mi gracia se hace cargo de tu pecaminosidad.
Eso no nos da licencia para pecar, sino motivación, para andar piadosamente delante de él, a contemplar la cruz y reconocer el precio que Jesucristo pago por el perdón de mi pecado. ¿Cómo podría estar satisfecho viviendo en desobediencia? Y puesto a que nuestro salvador y dueño como podría estar satisfecho entregándole el 40%, el 50%, permítame preguntarle ¿Quién nos creó? Dios todopoderoso, ¿con que propósito nos creó? ¿Alguna vez se ha contestado esa pregunta? ¿Alguna vez se ha contestado esa pregunta en lo personal, Dios mío porque me creaste? Algunos después de esa pregunta dirían, porque me creaste, ¿Quién soy yo? ¿Dios mío porque me creaste? No soy importante, no puedo hacer nada, no puedes usarme. Todas esas añadiduras secundarias que hacemos a las preguntas van en detrimento de nuestro pensamiento.
Dios nos ha llamado a cada uno porque se propuso hacerlo, porque nos ama. Dios no necesita ninguna otra razón además de su amor por nosotros, con eso basta. Y su primer llamamiento es para salvación, su segundo llamamiento es sobre una vida santa, hay un tercer llamamiento, el llamamiento al servicio.
En Efesios 2:8-10 dice “Porque por gracia sois salvo por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Nuestro estilo de vida en sí, es que usted y yo somos siervos de Dios; yo no soy más siervo de Dios que usted, lo único es que yo tengo este rol y usted tiene el suyo, no hay tal cosa como rol sin importancia.
Una mujer en su hogar, que es esposa piadosa criando a niños piadosos, manteniendo un lugar ordenado, esa mujer sirve al Dios viviente, en el lugar y la forma en que él la ha llamado en ese momento. Quizás usted sea secretaria, sea plomero, doctor, quizá sea pintor, ingeniero, podría ser, no hay diferencia, Dios puede. Una cosa es tener una vocación, servir al Señor es muy distinto, eso comienza con mi actitud, comienza con la manera en que gasto e invierto mi vida.
Escuche, si vivimos la vida cristiana y por alguna razón se la guarda para sí, no se entrega para servir al Dios viviente de alguna manera, la habrá desperdiciado, le costará por ahora y le costará por el resto de la eternidad y en breve momento le mostrare que así será.
La gente dice “con tal que logre entrar” (al cielo), mire esa es una frase diabólica, es un engaño del diablo decir “con tal que logre entrar” es todo lo que importa, pero es que no han puesto atención al concepto bíblico del cielo ni del juicio si opinan así.
Él nos ha dado a cada quien un don espiritual, somos hijos de Dios tenemos un don espiritual con el cual Dios nos ha equipado con el fin de que hagamos bien lo que él nos ha ordenado. No importa lo que nos ha llamado a hacer, lo haremos bien si dependemos del Espíritu Santo y si actuamos basado en nuestro don espiritual, haremos bien lo que Dios nos ha ordenado.
Invertimos la vida o la desperdiciamos. El llamamiento de Dios es triple.
Primero el llamamiento a la salvación y vida eterna, el llamamiento a la vida santa, el llamamiento al servicio fiel, ¿usted ha respondido al llamamiento? Quizás digas “estoy pensándolo”, ¡Esa no es la respuesta! Pensar en ella no basta.
Escuche, debo decirles cuan serio son los llamamientos de Dios, pensemos en la naturaleza en sí de los llamamientos de Dios, por ejemplo nuestro pasaje dice “Que Dios nos llamó con llamamiento santo”. El llamamiento de Dios es asunto serio. Recuerdo por ejemplo que siendo niño jugábamos, mama nos decía que la comida seria a cierta hora y no llegábamos, entonces nos llamaba, estábamos a una cuadra y oímos su voz llamándonos por nombre. Si teníamos reloj lo veíamos aunque éramos tan pobres que no teníamos, pero podíamos verla sabiendo que si nos llamaba era hora de comer y no éramos muy tontos, dejábamos todo y regresábamos a casa por dos razones; quizás una fuera porque teníamos hambre pero la segunda era más importante “¡Ella nos llamaba!” ¿Sabe que sucedía si no le hacíamos caso? Para nosotros como niños ese era un llamamiento importante, el llamamiento más importante en nuestra vida no es el de nuestra madre, sino el de Dios.
Es posible que usted y yo podamos darnos el lujo de llegar tarde a comer, pero no podemos llegar tarde a este llamamiento; el llamamiento divino es un llamado con propósito.
Y pensemos en esto, hoy en día usted es salvo porque Dios le escogió, le escogió con un propósito, él le ama, desea lo mejor para usted, a planeado lo mejor para usted, espera que usted responda estos llamamientos de salvación, de santidad y de servicio.
No solo afectará esta vida, sino en la vida venidera, nos afecta aquí ahora y afecta nuestra recompensa en el cielo. Si una persona dice “basta que solo sea salvo, es todo lo que me importa”, al leer sobre la recompensa en 1 Corintios 3 y comparecer en el juicio, lo pensaremos dos veces antes de conformarnos con eso.
También debo decir que su llamamiento es irrevocable, Dios no dice -te llame tiempo atrás, pero tú no hiciste lo que dije así que cambie de parecer-. Los llamamientos de Dios son irrevocables, es imposible irrevocarlo, Dios no me llama y luego cuando surgen problemas y hay complicaciones, sufrimos persecución, alguien no nos acepta, nos desalentamos, nos decepcionamos y decimos bueno Señor, esto no funciona así que regresare a lo que antes hacía. Quizás decidamos regresar, pero Dios no anula el llamamiento santo que nos hizo, no importa lo que nos haya ordenado hacer. El llamamiento de Dios es irreversible y ¿Cómo Dios nos llama? Primordialmente nos llama por medio de su palabra, quizás por un mensaje, un pasaje que leemos, el testimonio de otra persona, Dios usa todo tipo de circunstancias para enviar un mensaje poderoso a nuestra vida de que él nos habla, de que quiere que hagamos algo, nos habla por medio de su Espíritu Santo, y creo que de todas las maneras en que Dios nos llama, si juntamos esas dos, si hemos creído en él como nuestro salvador personal y dentro de nosotros vive el Espíritu Santo, si una de las personas de la deidad vive dentro de nosotros ¿Qué está haciendo? Recibiendo el mensaje del padre, interpretándolo a nuestro corazón, interpretando la palabra de Dios a nuestro corazón.
Si alguien dice “yo no entiendo el llamado de Dios” Amigo no hay un lugar en la biblia que diga que debo obedecerlo solo si lo he entendido completamente, no está ahí, yo no tengo que entender todo. Si él dice que lo haga, confió en que Dios omnisciente, sabio y amoroso, todo lo que me ha llamado a hacer, lo que demanda de mí, debe ser lo mejor. Debe ser lo mejor porque esa es la naturaleza de Dios. No hay razón para dudar de él.
Así que a veces me llama y usted dirá ¿Acaso Dios grita? No verbalmente, pero tiene maneras de gritar y a veces es puro dolor, el dolor puede ser tan fuerte, que es más fuerte que la voz humana de cualquiera porque penetra hasta lo más profundo del corazón de una persona. ¿Por qué esforzar a Dios a enviarnos dificultad, dolor, para captar nuestra atención? ¿Cómo nos llama Dios? Él siempre nos llama con amor, con perdón, siempre nos llama por medio de su Espíritu, por su preciosa palabra. ¿Y cómo respondemos usted y yo a eso? Algunos dirán Dios me ha llamado y quisiera aplazarlo, eso no es posible.
Cada día que vivimos lejos de la voluntad de Dios, perdemos mucho, por ahora perdemos bendiciones y más tarde recompensas.
Yo solo me hago estas 3 preguntas ¿Ha respondido usted al llamamiento? En cuanto a su destino eterno, el llamado a salvación. ¿Está dispuesto a responder al llamamiento de su estilo de vida? y a decirle -Dios mío desde esta hora quiero seguir tu camino en mi vida, quiero andar en obediencia delante de ti, quiero ser la persona que quieras, no quiero desperdiciar mi vida un día más, no quiero excusarme, Dios mío desde hoy deseo una transformación en mi forma de pensar, quiero ser el hombre piadoso, la mujer piadosa que quieres que sea-.
Si está presente aquí ya sabe que Dios le ha llamado a alguna área de servicio, podrá recordar cuando el llamó y que usted dijo que no, podría haber sido algo bastante muy muy importante desde su punto de vista o quizás lo fue, pero usted sabe que Dios le llamó y usted dijo no; le dijo que estaba ocupado, lo cierto es que quizás tenga temor, lo que haya sido. Pero en esta ocasión está dispuesto a decir al Dios vivo: “Padre lo que quieras, a donde quieras enviarme, lo que quieras hacer en mi vida, o lo que quieras hacer por medio de mí; la respuesta desde este momento Dios mío es ¡sí!”.

Sin fe

Desierto

Adora

Efesios 2:4-7

Salmo 105

Dios me guía

Bendecir

Fieles

Un gran número de personas que han creído en el Señor Jesús aceptándolo como su Salvador, han descubierto una nueva experiencia poco después de haber creído en El: parecen tener dos naturalezas en su corazón. Estas dos naturalezas son incompatibles una con la otra; una es maligna, y la otra es buena. Algunas veces, cuando la naturaleza buena domina, la persona se vuelve muy amorosa, paciente, bondadosa y dócil. Pero otras veces, cuando prevalece la naturaleza maligna, tal persona se vuelve celosa, malhumorada, perversa y obstinada. Los creyentes que pasan por tal experiencia, sufren constantes altibajos en su vida diaria. Algunas veces, tal parece que su condición espiritual se encuentra en la cumbre de la montaña, pero otras veces, parecen estar sumidos en un valle profundo. Esta clase de vida espiritual también es semejante a las olas del mar, algunas veces altas y otras veces bajas. ¡Los creyentes que se hallan en tal condición se desconciertan! ¿Por qué sienten gozo? ¿Y por qué se sienten tristes? ¿Por qué algunas veces somos capaces de amar tanto a cierta persona y podemos soportar las burlas de los demás? ¿Y por qué otras veces estamos tan carentes de amor y nos mostramos impacientes? Cuando esta persona se encuentra en la cumbre de su condición espiritual, experimenta paz y gozo inefables. Pero cuando está abatida espiritualmente, se llena de tristeza y se siente deprimida. Antes de haber creído en el Señor, aquella persona era bastante insensible, incluso cuando pecaba. Pero ahora es muy distinta. Tal vez, accidentalmente, diga algo equivocado o haga algo malo. Anteriormente, consideraba estas cosas como triviales y no le molestaba su conciencia. Pero ahora, se condena a sí misma y se halla sumida en un intenso sentimiento de culpa. Aunque nadie la condena, esta persona se reprocha a sí misma por haber hecho tales cosas.
Tal sentimiento de culpa es abrumador. Hace que el creyente se sienta avergonzado, culpable y bajo condenación. Sólo después de comprobar que el Señor ha perdonado completamente sus pecados y después de recuperar su gozo espiritual, este creyente puede sentirse contento. Sin embargo, esta clase de felicidad no le dura mucho. Aquellos creyentes que permanecen en tal nivel de crecimiento en la vida divina, muy pronto tropezarán nuevamente y ¡perderán nuevamente su gozo! Al poco tiempo, ¡se encontrarán cometiendo nuevamente el mismo pecado! Les parece tan natural caer en pecado. Es como si algún poder interno los dominara en un instante, y los condujera a decir y hacer algo errado sin poder controlarse. Al estar en tal condición, dichos creyentes invariablemente se encuentran llenos de remordimiento. Invariablemente, ellos hacen ante el Señor una serie de votos y decisiones. Se imponen a sí mismos una serie de normas, con la esperanza de no cometer nuevamente el mismo error. A la vez, ruegan ser limpiados nuevamente con la sangre del Señor y procuran que el Señor los llene nuevamente del Espíritu Santo. Después de esto, parecen sentirse bastante satisfechos y creen haber dejado atrás su último pecado; piensan que de ahora en adelante se encuentran camino a la santidad. Sin embargo, los hechos son contrarios a tales deseos, pues muy pronto, quizás apenas unos días después, ¡caen nuevamente! Una vez más, se hunden en un profundo remordimiento a causa de su fracaso y se sienten profundamente acongojados; sus esperanzas de llegar a ser santos se hacen añicos. Todas las decisiones que tomaron y las normas que se impusieron a sí mismos, no les han servido de nada. Y aunque probablemente reciban de nuevo el perdón del Señor, les resulta difícil creer que serán capaces de refrenarse para no pecar nuevamente. Aunque todavía oran, rogando al Señor que los guarde, abrigan muchas dudas en su corazón y comienzan a preguntarse si verdaderamente el Señor puede guardarlos de volver a pecar.
Sin embargo, el pecado que mora en ellos sigue tan activo como antes; no han logrado sofocar su energía. A la postre, dichos creyentes fracasan nuevamente. Consideremos el caso de alguien que procura dominar su mal genio. Después que un creyente se da cuenta de que su pecado recurrente consiste en que fácilmente da rienda suelta a su enojo, procurará estar alerta y controlarse en todo momento. Quizás esto le dé resultado cuando se trata de pequeños inconvenientes; tal vez le ayude a vencer una o dos tentaciones. Sin embargo, aunque sea capaz de contener su ira temporalmente, cuando los demás continúen irritándolo, llegará el momento en que dará rienda suelta a su ira. Quizás haya tenido éxito en algunas ocasiones, pero en cuanto se descuide, se enojará nuevamente. Cuando es tentado, probablemente haya un conflicto muy grande en su corazón. Por un lado, este creyente sabe que no debe enojarse, sino que debe ser amable. Por otro lado, cuando considera cuán irracional y ofensiva es la otra persona, siente la necesidad de defenderse y castigar tal comportamiento. Esta clase de conflicto resulta bastante común entre los creyentes. Lamentablemente, con frecuencia el resultado es el fracaso en lugar de la victoria. Una vez que agotan su paciencia, fracasan nuevamente. Una persona que verdaderamente ha sido regenerada, atraviesa con frecuencia por esta clase de experiencias al comienzo de su vida cristiana. ¡No podemos saber cuántas lágrimas son derramadas a causa de las derrotas que experimentamos en esta clase de conflictos internos!
Amados hermanos, ¿han sufrido ustedes las experiencias que acabamos de describir? ¿Quieren conocer el motivo de todas ellas? ¿Desean superarlas? Quiera el Señor bendecir nuestra plática el día de hoy, a fin de que aprendamos a crecer en Su gracia.
Antes de hablar de nuestra condición actual, necesitamos primero comprender qué clase de persona éramos antes de creer en el Señor. Después, hablaremos de nuestra condición después de haber creído. Sabemos que somos personas compuestas de tres partes: el espíritu, el alma y el cuerpo. El espíritu es el órgano con el cual tenemos comunión con Dios. Los animales no tienen espíritu y, por tanto, no pueden adorar a Dios. El alma es el asiento de nuestra personalidad. Nuestra voluntad, mente y parte emotiva son funciones que corresponden a nuestra alma. Y el cuerpo es nuestro caparazón exterior. Aunque el hombre es un ser caído, todavía posee estas tres partes. Y después de haber sido regenerado, el hombre aún posee estas tres partes. Cuando Dios creó al hombre, lo creó con la capacidad de tener conciencia de sí mismo; así, el hombre era una criatura viviente y poseedora de una conciencia. El hombre tenía un espíritu y, por ello, difería de las otras clases inferiores de criaturas. Además, el hombre poseía un alma y, por ende, difería de los ángeles de luz, quienes son únicamente espíritu. La parte central del hombre era su espíritu, el cual controlaba todo su ser; es decir, el espíritu del hombre controlaba su alma y su cuerpo. El hombre vivía completamente en función de Dios; las emociones de su alma y las exigencias de su cuerpo estaban todas gobernadas por su espíritu y tenían como único propósito glorificar a Dios y adorarlo.
Pero ¡he aquí que el hombre cayó! Esta caída no eliminó ninguno de los tres elementos de los cuales estaba compuesto el hombre. Sin embargo, el orden de estos tres componentes fue alterado. La condición del hombre cuando aún estaba en el huerto del Edén, nos muestra claramente que la humanidad se había rebelado contra Dios; su amor por Dios había cesado, y el hombre se había declarado independiente de Dios. Génesis 3:6 dice: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer [esto alude a los apetitos del cuerpo, los cuales surgen primero], y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable [esto alude al afecto que surge de nuestra parte emotiva en el alma, el cual surge después que los deseos del cuerpo se han manifestado] para alcanzar la sabiduría [tal era la insinuación hecha por Satanás: “Y seréis como Dios, sabiendo...” (3:5); se trataba, por tanto, del espíritu que rechazaba a Dios y del hombre que procuraba satisfacer los apetitos del alma y del cuerpo; esto es lo que ocurre finalmente]”. Así, el hombre cayó, y su espíritu, su alma y su cuerpo se vieron afectados. Entonces, el espíritu quedó sujeto al alma, y el alma fue dominada por sus muchas tendencias. El cuerpo, a su vez, desarrolló muchos deseos y apetitos anormales, con los cuales seducía al alma. Originalmente, el espíritu era quien dirigía al hombre; pero ahora, era el cuerpo el que lo dirigía a fin de satisfacer sus concupiscencias. En la Biblia, a estos apetitos del cuerpo se les llama: la carne. A partir de ese momento, el hombre llegó a ser carne (Gn. 6:3). Esta carne constituye ahora la naturaleza propia del hombre que ha pecado; ha llegado a ser la constitución natural del hombre. La naturaleza de nuestro ser es aquel principio vital o constitución intrínseca que rige todo nuestro ser. Desde los tiempos de Adán, todo aquel que es nacido de mujer lleva en sí esta naturaleza pecaminosa; es decir, todos somos de la carne. Después de haber comprendido cuál es el origen de la carne y que la carne no es sino nuestra naturaleza pecaminosa, ahora podemos considerar el carácter de esta carne. No podemos esperar que esta carne mejore. La naturaleza humana es muy difícil de cambiar; de hecho, no cambiará. El Señor Jesús dijo: “Aquello que es nacido de la carne, carne es”. Notemos el último vocablo: “es”. Aquello que es nacido de la carne, es carne. No importa cuánto se reforme una persona, ni cuánto mejore y se eduque, la carne sigue siendo carne. No importa cuánto una persona se esfuerce por hacer actos caritativos y de benevolencia, por brindar ayuda a los más necesitados, por amar a los demás o servirlos; aún así, sigue siendo carne. Aun si pudiera hacer todas estas cosas, seguirá siendo carne. “Aquello que es nacido de la carne, carne es”. Puesto que lo que nace es carne, carne será el resultado final. No hay ningún hombre sobre la tierra que pueda cambiar su propia carne. Tampoco Dios, que está en los cielos, puede cambiar la carne del hombre, es decir, la naturaleza del hombre.
Puesto que Dios vio que era imposible enmendar, mejorar o cambiar la naturaleza pecaminosa del hombre, El introdujo el maravilloso camino de la redención. Sabemos que el Señor Jesús murió por nosotros en la cruz del Gólgota. También sabemos que al creer en El y recibirlo como nuestro Salvador, somos salvos. Pero, ¿por qué Dios nos libra de la muerte y nos da vida una vez que hemos creído en el nombre de Su Hijo? Si este acto de creer no implica una transacción real en lo referente a nuestra vida, lo cual difiere de un mero “cambio” o reforma, ¿acaso Dios no estaría llevando al cielo a hombres que todavía están llenos de pecado? Ciertamente, tiene que haber un profundo mensaje implícito aquí.
Después que creímos en el Señor Jesús, Dios no nos deja seguir viviendo según nuestra naturaleza pecaminosa, esto es, según la carne. Dios sentenció al Señor Jesús a morir debido a que El se había propuesto, por un lado, que el Señor fuese hecho pecado por nosotros y, por otro lado, que la vieja creación adámica fuese crucificada juntamente con Cristo; de esta manera, El podría impartirnos una nueva vida. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, Dios nos dio esta nueva vida, la cual trae consigo una nueva naturaleza. “Por medio de las cuales El nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P. 1:4). Cuando creímos, Dios nos impartió Su propia vida, la vida divina, juntamente con la naturaleza divina. Esta naturaleza es absolutamente nueva, y difiere completamente de nuestra vieja naturaleza pecaminosa. Tal naturaleza no es producto de haber mejorado nuestra vieja naturaleza. Más bien, en el instante mismo en que creímos en el Señor Jesús aceptándolo como nuestro Salvador, ocurrió una transacción misteriosa. Esto es la regeneración, la cual consiste en nacer de arriba y en recibir la vida de Dios y la naturaleza de Dios. La regeneración no es algo que el hombre pueda sentir; más bien, es la operación del Espíritu Santo de Dios en nuestro espíritu, mediante la cual nuestro espíritu recobró la posición que había perdido y la vida de Dios se estableció en nuestro espíritu. “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:8). Todos aquellos que verdaderamente han creído en el Señor Jesús, poseen el Espíritu Santo, el cual opera en ellos de esta manera. Aquellos que sólo ejercitan sus labios o su mente al creer, en realidad no han sido regenerados; pero todos aquellos que creen con el corazón, son salvos (Ro. 10:9) y ciertamente han sido regenerados.
Ahora bien, dos naturalezas surgen en el creyente. Una es la naturaleza pecaminosa, la carne, la cual es la naturaleza del viejo Adán; y la otra es la vida espiritual, el “espíritu nuevo”, cuya naturaleza es la de Dios. Hermanos, ustedes han creído en el Señor Jesús y saben que son salvos. Por este motivo, ya han sido regenerados. Ahora, deben saber que en ustedes coexisten dos naturalezas. Estas dos naturalezas son causa de innumerables conflictos internos. La razón por la que ustedes fluctúan de arriba a abajo y por la cual alternan entre la victoria y la derrota, es que estas dos naturalezas ejercen influencia sobre ustedes. Estas dos naturalezas son la clave para comprender el enigma de una vida constante de lucha.
El hecho de que un nuevo creyente experimente conflictos internos y sentimientos de culpa, comprueba que éste ha sido regenerado. Una persona que no ha sido regenerada, aún está muerta en sus pecados. Si bien es posible que a veces se sienta condenada por su conciencia, tal sentimiento de culpa es bastante vago. Si una persona no posee la nueva naturaleza, es obvio que no experimentará conflicto alguno entre la nueva naturaleza y la vieja naturaleza.
La Biblia describe claramente el conflicto que existe entre la nueva y la vieja naturaleza. En Romanos 7, valiéndose de su propia experiencia, Pablo describe vívidamente la clase de vida que llevamos al estar inmersos en tal conflicto: “Porque lo que hago, no lo admito; pues no practico lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (v. 15). Este es el conflicto que existe entre la nueva y la vieja naturaleza. La descripción hecha aquí corresponde a la experiencia de un creyente recién nacido. Cuando atraviesa por tales experiencias, esta persona es todavía un bebé en Cristo. Por encontrarse en la infancia de su vida espiritual, todavía es infantil y desvalido. En este versículo, la nueva naturaleza es la que “quiere” y “aborrece”. Si bien la nueva naturaleza quiere hacer la voluntad de Dios y aborrece el pecado, la vieja naturaleza es demasiado fuerte. Esto, junto a lo débil que pueda ser la voluntad de una determinada persona, lo impulsa a pecar. Sin embargo, la nueva naturaleza no peca. “De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (v. 17). El primer sujeto es el “yo”, el cual corresponde a la persona que posee la nueva naturaleza. Aquí, “el pecado” es otro nombre dado a la vieja naturaleza. Por tanto, este versículo significa que quien peca no es el nuevo “yo”, sinola naturaleza pecaminosa. Por supuesto, esto no exime de responsabilidad al hombre. A continuación, Pablo describe las contradicciones que existen entre la nueva naturaleza y la vieja naturaleza, esto es, la contradicción que existe entre la naturaleza pecaminosa y la vida espiritual.
“Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico ... Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: Que el mal está conmigo. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:18-23). Esta es la experiencia común de todos los creyentes: deseamos hacer el bien, pero somos incapaces de hacerlo; así como también deseamos oponernos a lo malo y, no obstante, somos incapaces de resistirlo. Cuando la tentación viene, cierto poder (una “ley”) anula nuestro anhelo de santidad. Como resultado de ello, hablamos lo que no debiéramos hablar y hacemos lo que no debiéramos hacer. A pesar de tantas resoluciones y votos, somos incapaces de evitar que tal poder opere en nosotros.
En Gálatas, Pablo describe nuevamente el conflicto que existe entre estas dos naturalezas: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (5:17). La vieja naturaleza y la nueva naturaleza son enemigas la una de la otra. Ambas luchan por ganar absoluta primacía sobre nosotros. La vieja naturaleza tiene sus propios deseos y su propio poder, y la nueva naturaleza también tiene los suyos. Ambas naturalezas existen en nosotros simultáneamente. Por tanto, el conflicto es constante. Esto es similar a cuando Esaú y Jacob estaban en el vientre de Rebeca; el uno era diametralmente opuesto al otro, y pugnaban entre sí aun dentro del vientre de su madre. Cuando el Hijo de Dios estuvo en la tierra, todas las potencias terrenales confabulaban para matarlo. Asimismo, mientras el Hijo de Dios viva en nuestro corazón como nuestra nueva vida, todos nuestros deseos carnales pugnarán por echarlo fuera.
Antes de continuar, es necesario que primero entendamos las características que ambas naturalezas poseen. La vieja naturaleza es nacida de la carne. Así que, en ella “no mora el bien” (Ro. 7:18). Por su parte, la nueva naturaleza procede de Dios, y por tanto “no puede pecar” (1 Jn. 3:9). La nueva naturaleza y la vieja naturaleza difieren por completo. No sólo proceden de dos fuentes distintas, sino que difieren incluso en cuanto a su función. Sin embargo, ambas coexisten en el creyente. La vieja naturaleza es la carne. “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:8). La nueva naturaleza es el espíritu nuevo. “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Si no tuviéramos que compararla con la nueva naturaleza, en términos humanos, la vieja naturaleza no nos parecería tan mala, pese a sus tendencias a ser indulgente consigo misma y a la concupiscencia. Sin embargo, cuando una persona ha sido regenerada, junto con la nueva vida recibe una nueva naturaleza. Al comparar la nueva naturaleza con la vieja naturaleza, las verdaderas características de la vieja naturaleza son puestas en evidencia.
En contraste con la nueva naturaleza, resulta evidente que la vieja naturaleza es maligna, mundana e incluso demoníaca. La nueva naturaleza, por su parte, es santa, celestial y divina. Con el paso del tiempo, la vieja naturaleza se ha mezclado profundamente con nuestra persona misma; por eso, se requiere de un tiempo bastante prolongado para que, en nuestra experiencia, esta vieja naturaleza sea anulada. La nueva naturaleza recién ha nacido en nosotros y, debido a que la carne y la naturaleza pecaminosa han llegado a ser tan fuertes en nuestro ser, tanto el crecimiento de la nueva naturaleza como el desarrollo de sus funciones se hallan reprimidos. Por supuesto, hablamos únicamente desde la perspectiva humana. Esto es semejante a las espinas que ahogan el crecimiento de la semilla, la palabra de Dios. Debido a que ambas naturalezas se oponen entre sí, cuando viene la tentación, experimentamos conflictos feroces. Puesto que la vieja naturaleza se ha hecho tan fuerte y la nueva naturaleza todavía es débil, frecuentemente terminamos haciendo aquello que no deseamos hacer y no somos capaces de hacer aquello que quisiéramos. Ya que la nueva naturaleza es santa, cuando fracasamos, nos sentimos profundamente arrepentidos y nos condenamos a nosotros mismos, suplicando que la sangre de Cristo nos limpie del pecado. Hermanos, ahora pueden comprender por qué experimentan conflictos internos. Tal clase de conflictos demuestra con absoluta certeza que ustedes han sido regenerados.
Ahora, la pregunta más crucial es: ¿Cómo podemos obtener la victoria? En otras palabras, ¿cómo podemos rechazar el poder que ejerce sobre nosotros la vieja naturaleza así como la operación que ésta realiza en nosotros? Además, ¿cómo podemos andar según las aspiraciones de la nueva naturaleza, a fin de agradar a Dios? Leamos los siguientes tres versículos:
“Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias” (Gá. 5:24).
“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. “Digo pues: Andad por el Espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne” (vs. 25 y 16).
Estos tres versículos nos muestran dos maneras de vencer la carne, o sea, la naturaleza pecaminosa, la vieja naturaleza, la naturaleza adámica. De hecho, ambas maneras no son sino dos aspectos o fases de un mismo método: la cruz y el Espíritu Santo conforman la única manera en la que podemos vencer la naturaleza pecaminosa. Aparte de este único camino, cualquier resolución humana, voto o determinación, está destinado al fracaso.
Hemos visto que todos nuestros fracasos son causados por la tenacidad de la naturaleza pecaminosa; llegamos a caer muy bajo debido a tal naturaleza. Por tanto, si vencemos o no, dependerá de si somos capaces de enfrentarnos a nuestra naturaleza pecaminosa, la cual es nuestra carne. Damos gracias a Dios porque, aunque somos tan débiles, El ha preparado la manera para que venzamos. En la cruz, Dios preparó el camino para nosotros. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, El no sólo murió por nosotros, sino que además, El crucificó nuestra carne juntamente con El en la cruz. Por tanto, la carne de todos los que pertenecemos a Cristo Jesús y que hemos sido regenerados, ha sido crucificada. Cuando El murió en la cruz, nuestra carne también fue crucificada. La muerte del Señor Jesús fue una muerte que incluyó dos aspectos: una muerte vicaria, y una muerte con la cual podemos identificarnos y a la cual podemos estar unidos. Ambos aspectos fueron plenamente realizados en la cruz. Anteriormente, creímos en Su muerte vicaria y fuimos regenerados. Y ahora, de la misma manera, creemos que nuestra carne ha sido crucificada juntamente con El y, así, somos llevados a experimentar la muerte de nuestra carne.
Sabemos que la carne nunca dejará de ser carne. Por eso Dios nos dio una nueva vida y una nueva naturaleza. Pero entonces, ¿qué haremos con nuestra carne? Puesto que Dios la consideró sin esperanza y sin posibilidad alguna, El determinó darle fin, es decir, la hizo morir. No hay otra opción que la de hacer morir la carne. Por tanto, “los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Esto es hacer morir la carne. Y esto es lo que logró el Señor Jesús; ¡El ya lo ha logrado! Al crucificar nuestra carne juntamente con El, hizo posible que nosotros hagamos morir nuestra naturaleza pecaminosa. Esto ha sido logrado sin ningún esfuerzo de nuestra parte.
¿Cómo conseguimos experimentar esta crucifixión? Hemos dicho que la manera de hacerlo es por medio de la fe. Romanos 6:11 dice: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado”. Aquí, el pecado se refiere a nuestra naturaleza pecaminosa, la cual es nuestra carne. Por nosotros mismos no podemos hacer morir la carne. La única manera de lograrlo es considerarla muerta. Pero para considerarla muerta, para reconocerla como tal, debemos ejercitar nuestra voluntad y nuestra fe. Esto implica que diariamente adoptemos la actitud de que estamos muertos para la carne, que creamos en la palabra de Dios y que consideremos que todas las palabras de Dios son verdaderas. Dios afirma que nuestra carne fue crucificada juntamente con el Señor Jesús; por tanto, yo creo firmemente que mi carne ha sido verdaderamente crucificada. Por una parte, tenemos fe en que estamos muertos; por otra, adoptamos la actitud de que verdaderamente ya estamos muertos. Si hacemos esto, tendremos la genuina experiencia de morir al pecado.
Si reconocemos esto como un hecho, veremos cómo la cruz nos libera y cómo la carne pierde su poder. Lo cierto es que, una vez que nos consideramos muertos, experimentamos victoria inmediata. No obstante, muchos experimentan una liberación gradual del poder de la carne. Esto se debe a su propia necedad o a que los espíritus malignos persisten. Pero si perseveramos en la fe y ejercitamos nuestra voluntad adoptando la actitud apropiada, obtendremos finalmente la victoria. Sin embargo, esto no quiere decir que de ahora en adelante la naturaleza pecaminosa ya no estará presente en nosotros, y que sólo tendremos la nueva naturaleza. Si afirmásemos tal cosa, caeríamos en herejía. Además, esto haría confusa la enseñanza de la Biblia y no sería fiel a la experiencia real de los santos. Hasta que seamos librados de este cuerpo de pecado, nunca seremos completamente libres de la “carne” —nuestra naturaleza pecaminosa—, la cual se origina en el cuerpo de pecado. Aunque hemos aceptado la obra de la cruz, necesitamos continuamente “andar por el Espíritu”, ya que la carne todavía está presente en nosotros. Si hacemos esto, jamás satisfaremos “los deseos de la carne”.
La cruz es el instrumento mediante el cual crucificamos la carne. Y el Espíritu Santo es el poder por el cual evitamos que la carne resucite.En un sentido negativo, debemos creer que fuimos crucificados juntamente con Cristo en la cruz, a fin de que no llevemos una vida en la carne. Y en un sentido positivo, debemos andar conforme al Espíritu, a fin de que la carne no sea despertada. Muchos creyentes experimentan la resurrección de su carne debido a que no ponen esto en práctica. Cada vez que no andamos conforme al Espíritu Santo, le estamos dando la oportunidad a la carne de regir sobre nosotros. Pero si en todas las cosas andamos conforme al Espíritu, la carne no tendrá oportunidad alguna.
Una persona puede leer en la Biblia acerca de la manera de vencer la carne, la naturaleza pecaminosa, y puede escuchar a otros hablar acerca de ello. Pero sólo cuando compruebe esto por experiencia propia, comprenderá que se trata de algo real. Con frecuencia he dicho que es posible experimentar esto en el mismo momento en que creemos en el Señor. Sin embargo, en mi caso, ¡pasó mucho tiempo antes de que lo experimentara! ¿Por qué sucede así? Porque muchas veces nos esforzamos por nuestra propia cuenta. Aunque afirmamos que confiamos en la cruz, en un treinta por ciento de los casos en realidad estamos confiando en nosotros mismos o en nuestras propias “consideraciones”. Muchas veces Dios permite que seamos derrotados, para que nos demos cuenta de que nada en nuestra propia experiencia es digno de confianza. Incluso “considerarnos muertos”, por cuenta propia, no reviste mérito alguno. Por eso afirmamos que, en cuanto reconocemos nuestra verdadera condición por fe, experimentamos la victoria; y también es correcto afirmar que obtenemos la victoria sólo mediante una aprehensión gradual.
Hermanos, ahora pueden comprender las dos naturalezas y la manera de vencer la carne. Al leer esto, pueden ejercitar su fe para considerarse muertos al pecado y pueden orar pidiendo que el Espíritu Santo aplique la cruz del Señor Jesús en su ser de una manera profunda, de modo que puedan experimentar la victoria sobre el pecado. Después de esto, deben tomar la determinación de andar por el Espíritu Santo. Anteriormente, fracasaron en cumplir tal determinación. Pero ahora, deben pedir que el Espíritu Santo los fortalezca en su voluntad, de tal modo que ésta se someta a la nueva naturaleza. La voluntad es como un timón que puede hacer girar la nave entera. Sin embargo, un timón que no funciona es inútil. Una vez que el Espíritu Santo los haya fortalecido, deben ejercitar dicha voluntad para andar conforme al Espíritu Santo. Recuerden que la carne nunca desaparece; la carne siempre está presente. Pero si andan por el Espíritu Santo, podrán crucificar continuamente la carne. De otro modo, la carne les causará sufrimiento. Andar en el Espíritu significa confiar calmadamente en el Espíritu Santo para todo, a fin de que manifestemos los nueve aspectos del fruto del Espíritu Santo. El Señor nos guiará de una manera concreta, paso a paso, a adentrarnos en el misterio que este asunto representa. Sin embargo, por nuestra parte, debemos ser fieles.